tribuna abierta
Vicente Barrera, matador de toros: ¿Y?
Torero se es hasta que se muere porque, como el sacerdocio, es sacramento que imprime carácter hasta el gorigori
Carlos del Barco
A Pepe Luis Vázquez
No tengo el gusto de conocer a Vicente Barrera, a quien sí tuve la suerte de ver cuando debutó en Sevilla en mayo de 1994, le formó 'un lío' a 'Corsario', un novillo de Torrealta, y salió por la Puerta del ... Príncipe después de bordar el toreo.
Mucho ignorante, con 'gatitos' ideológicos y una reata bien pobladita de complejos, se ha echado las manos a la cabeza cuando el torero, sin prefijos, ha sido nombrado vicepresidente y consejero de Cultura de la Comunidad de Valencia, y se ha puesto a berrear por lo de matador de toros, tan callados como están con los acreditados herederos de la ETA de Jon Idígoras, meritorio del 'chispeante' como 'Chiquito de Amorebieta', y la indigencia intelectual de tanto gobernante y sus palmeros mediáticos.
Torero tardío, adusto, vertical, amanoletado, estuvo en activo hasta 2011 con altibajos porque, entre otras muchas razones, le 'dieron fuerte' los toros y se fue a su casa y a sus cosas tras dejar la estela de quien había alternado en figura con Romero, que le dio la alternativa en 1995 en Valencia con Litri de testigo, Espartaco, Muñoz, Manzanares, Joselito o Rincón. Y aguantó la pelea, no desentonó, que no es poco.
Quinientas corridas de toros, once cornadas y trece operaciones les parecerán pocas a los antitodo y a los acomplejados que se quedan más tranquilos cuando les dicen que, bueno, que Vicente Barrera es licenciado en Derecho, empresario y esas coartadas o cataplasmas morales para evitar el pecado de lesa progresía de afirmar que sí, que es matador de toros, torero a secas y no esa ordinariez de ex-torero.
Porque torero se es hasta que se muere porque, como el sacerdocio, es sacramento que imprime carácter hasta el gorigori. Hasta entonces tienen todos, hasta los que no llegaron, fondo para repartir principios a todos los políticos y periodistas progres de España.
Les ha dado por el chiste porque, quizás, les entra la risa floja, esa sonrisa arcaica del que no entiende nada, cuando les hablan de valor, aguante, liturgia, buen gusto, hondura, naturalidad, temple, educación, armonía, compás, la 'verdad en mayúsculas'; como definió el propio Barrera el toreo tras la cogida de Juan José Padilla en Zaragoza en 2011 de la que fue testigo.
Es esa verdad la que no toleran quienes no se inmutan con un presidente de Gobierno que ha copiado una tesis doctoral y no le ha dicho ni una ni a su médico, ni con la recua de ignaros y corifeos, y 'corifeas', que no han pasado de primero de nada.
De entrada, un respeto por ser torero, que es lo que había de fondo cuando Juan Belmonte sentenció a Miranda, un banderillero suyo y de José El Algabeño que andando el tiempo llegó como don Joaquín a Gobernador Civil de Huelva y que estaba presidiendo un festival. 'Degenerando, degenerando' fue la archiconocida respuesta de Belmonte a cómo se podía llegar de banderillero a gobernador y es que el Pasmo tenía claras las prioridades y lo que estaba por delante, el toreo, en el que se resumen todas las verdades esenciales como un trasunto de la misma vida y como una de las bellas artes.
Una duermevela de Madrid, Sevilla o Pamplona después de mil kilómetros en coche, una cuadrilla pendiente de una muleta y el torero de toda la cuadrilla, y luego, el de las 'patas negras' y llega un chufla displicente a reírse y pontificar que eso no, con lo rápido que dan carnets de intelectuales a cualquier cómico de medio pelo que se dedica a decir lo que ha escrito otro.
Ni un minuto en rebatir con quien no quiere ser rebatido, ni con quien se pliega, agacha la cerviz ante la dictadura de lo políticamente correcto y se agarra a lo que sea para evitar el anatema que orgullosamente llevan quienes, como el abajofirmante, son aficionados a los toros y creen que el toreo es grandeza y el torero un ser superior, una fábrica de valores que se debería estudiar en los colegios.
Tampoco estaría de más para los escépticos que se fijaran en quienes, sin pisar una facultad de Derecho o de Economía y sí todas las arenas de España, podrían hacer de este país el motor de todo Occidente, como mínimo: esa contención proverbial de Domingo Ortega, Pepe Luis Vázquez, El Viti, Diego Puerta o el mismo Muñoz, matadores de toros con todas las letras y sin 'apellidos', como Vicente Barrera.
O como el mismo Belmonte, que un día fulminó a un constructor pretencioso y fardón que le pidió unas miles de pesetas para cerrar un negocio porque se le había olvidado la cartera en su casa. Juan le soltó cincuenta y, ante el estupor del otro, le dijo que cogiera un taxi y fuera a su casa por la cartera: ni en Harvard, en Los Corales.
Periodista
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