TRIBUNA ABIERTA
Otro 'Trento'
Esa misma sociedad, ácrata en su liberalismo, es la que viene pidiendo un concilio por lo civil que canonice a Revel, Hayek, Sartori, Scruton o Popper, un concilio por la libertad sin adjetivos
El cisma luterano negaba el valor de las buenas obras y mantenía que la justificación por la fe era suficiente para salvarse, un salvoconducto seguro. Lo mismo que pasa hoy con la herejía progre, que basta con ser de izquierdas y plegarse a sus dogmas ... para no condenarse, no morir socialmente y prosperar en política, en la universidad, en la judicatura, en el periodismo, en todo menos en el toreo, que ahí sí que no hay 'ojana' .
El sometimiento pastueño a tanto dictado inane parece balsámico, la piedra filosofal de los del arito de colorines, incluidos los acomplejados de la derecha que jamás serán aceptados en la tribu por mucho que agachen la cerviz ante sus arúspices y plieguen el espinazo dos mil treinta veces. Como a los malos banderilleros, se les ve mucho los tirantes.
Alguien abrió un día el tapón de los desechos de tienta y cerrado y salió la orquesta entera con todos sus mariachis a tocar la misma partitura disolvente y global contra un modo de vida basado, como la Europa de Schuman, Adenauer o De Gasperi, en el humanismo cristiano, en el individuo, en la libertad como clave de bóveda del sistema que derrotó al comunismo y que hoy parece plegar velas ante las mil caras con las que pervive.
Lutero negó la autoridad del Papa y otras claves como la comunión de los santos, el sacramento de la penitencia, la transubstanciación o las intercesiones ante Dios. Y claro, la Iglesia y las monarquías católicas reaccionaron para contrarrestar aquello con un concilio con todos sus avíos, el de Trento, que respondió a todo y le dio su impronta al Occidente católico.
El destrozo de hoy es análogo, por no decir mayor, que el de entonces porque no es teología sino muchas teologías de dioses menores en manos de lo mejor de cada casa. Y el día a día de una sociedad carcomida por la ignorancia y la banalidad, y atenazada por el miedo al imperio de la corrección política y a axiomas más intrincados por su vacuidad y porque no necesitan de fe, sino de sumisión y acatamiento.
El dogma climático, la ideología de género y sus variaciones, permutaciones y combinaciones, la agenda global sobre natalidad, sexualidad y muerte, el yugo de la aberrante ley de memoria y toda una tupida red de falacias terminan dejando paralizada a la única disidencia posible en esta maraña, la libertad contra la que va dirigida todo este tinglado.
Porque es todo lo mismo y va todo contra lo mismo, a erradicar un sistema de usos y valores derivados del cristianismo y Roma, a someter al individuo, cercenarle sus libertades, evitar que piense sobre este disparate dogmático y se alce contra los nuevos 'papas', ésos que marcan el paso de la oca con el tambor del insulto y la intimidación.
No ha fallado nunca y ahí están las dos repúblicas de la Historia de España para demostrar que, más que un país nuevo, querían lo peor del viejo. Por eso, lo que las destruyó fue la provocación, el ánimo de aniquilar al otro, el feísmo, el desaseo, la falta de educación, el rechazo a los pliegues más profundos del país y a sus usos consuetudinarios, ésos que tanto se ha empeñado en derruir el PSOE durante toda su historia. Y Zapatero y Sánchez son herederos directos de Largo, de Prieto y de Negrín, por eso los falsean y embridan las libertades de cátedra y expresión que ponen al descubierto ese ADN totalitario.
Abrumados por la crisis, paralizados por la dictadura de tanto decreto, que ya no sabe uno si comer pipas está prohibido, hay una sociedad tranquila que quiere estar en lo suyo y, sobre todo, que la dejen en paz, que no le mientan más y que tanto adán liberticida deje de inmiscuirse en lo que tiene que pensar, puede escribir o comer y que, pese a la adoración por los animales y el ozono, tiene ganas de ir a los toros a fumarse un puro.
Esa misma sociedad, ácrata en su liberalismo, es la que viene pidiendo un 'Trento' por lo civil que, como entonces con San Carlos Borromeo o Santo Tomás de Villanueva como adalides de las buenas obras, canonice a Revel, Hayek, Sartori, Scruton o Popper, un concilio por la libertad sin adjetivos, de váyanse ustedes a hacer puñetas con tanta justificación en la fe progre.
Y como hace seis siglos, que ante tanto desvarío surjan, como fue Francisco de Pacheco, el suegro de Velázquez, quien compile las normas del decoro como ajuste a la verdad y, además, de la honestidad, la decencia y las buenas obras, sin trucos ni cubiletes.
Como sentenció Romero cuando le dijeron que había un niño que hacía no se sabía cuántas cosas con el capote, que lo sacaba por aquí, le daba la vuelta por allí y el toro pasaba por no se sabía dónde, un lío. Con la verónica como único credo, le salió aquello de '¿quién es ése, un niño o el mago Tranlarán?': decoro, pureza y ajuste de un Faraón ante tanto mago, para canonizarlo en un nuevo Trento.
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