De gatos y toros

En la España del desaseo son legión los 'savonarolas' emboscados en sus burladeros de papel y virtuales, los progres antitaurinos, los taurinos que escriben para progres y los 'torquemadas' del toro que, paradójicamente, muchas veces coinciden, cosas del dogmatismo, tan refractario a todo.

Y lo hacen, sobre todo, en el brochazo gatuno de que no hay nada más socorrido que un empresario, un noble o un cura para soltar bilis, como ese término de 'maestrante' en tono peyorativo, como quien habla de una logia, sin saber muy bien quiénes son para darle fiesta a unos carteles que ellos no han hecho y de los que son los primeros damnificados.

Una empresa a la inversa, eso es lo que parecen ser 'Los maestrantes', no para ganar dinero, sino para perderlo por gusto, se pontifica desde la gatera. Fin a la presente discusión con un argumento tan de peso como el del contubernio de 'la fachosfera', sin que ninguno sepa muy bien quiénes son unos y otros y con la rotundidad de quien cree haber dado con la piedra filosofal del asunto: suena bien a su grey, pero no tiene nada dentro, derrumbe por inconsistencia.

Por partes, ¿qué responsabilidad puede tener la Real Maestranza de Caballería, 'La Maestranza' para entendernos, en que su arrendatario haga unos carteles mejores o peores? ¿Qué interés en que no vaya gente a la plaza si de ello dependen sus ingresos por este concepto? ¿Qué saca en su provecho que no haya televisión si de ella también obtiene ganancias? Lo lógico es que les guste su arrendatario menos que a los 'torquemaditas' que no se juegan nada en esto.

El fondo, si se rasca, es feo porque, además de errar el tiro, se ve a leguas que va dirigido a un objetivo predeterminado, tan pérfido y pasivo que, además, con el dinero que consciente y deliberadamente deja de ganar en su molicie aristocrática, encarga otro cartel que tampoco gusta porque este año está copiado, el otro era muy feo, el de más allá un mamarracho o lo que sea.

Los carteles, los artísticos y los de los toreros que luego les ponen debajo, serán buenos, malos o mediopensionistas, opinables en todo caso, cosa que no debiera ser el respeto a la ley y a la sagrada libertad de empresa, tanto como la de expresión o de prensa.

Una institución privada hace con su dinero lo que considera oportuno y, como la duración en el tiempo es prueba de solvencia y además sacraliza, parece lógico pensar que en sus siglos de vida no les haya gustado perder dinero o dejar de ganarlo, de ahí la perplejidad ante tamaña atribución de responsabilidades a la primera afectada por unos carteles, y esto es opinión del suprafirmante, manifiestamente mejorables o directamente malos.

Además, y no es poca interferencia, esto es como si usted, lector, se va a Chipiona o a Matalascañas y le dice al dueño de un piso no sé qué cosas de lo que hace su inquilino en su propiedad de usted. O se pone en un carril al lado de un olivar y le dice al propietario que no les gustan los olivos que ha sembrado un buen señor que le ha arrendado esas tierras. ¿Y?, podría ser la respuesta más educada.

Y todo ello con el furor de Girolamo Savonarola, el clérigo dominico azote de los excesos de la Florencia de los Medicis, y esa contumacia estéril de Blas Calzado, ese 'Platanito' que acabó vendiéndole lotería a los toreros después de tanta oportunidad desaprovechada, como tantos en tantos púlpitos: arreones de ideología, con más afición al gato que al toro.

SOBRE EL AUTOR

CARLOS DEL BARCO

Periodista