la tribu
Casi verano
La mesa del mediodía, perfectamente vestida de verano, tomada del natural de la memoria, es la misma que dejé en mi niñez
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Iniciar sesiónSIEMPRE te has venido por estas veras con un olor frutal. Andas en tus frutos, amado campo. Pasos de olor. Y de color. Y de sabor, más tarde. Pero ahora que el viento caliente te acompaña por las veras del verano, infiero que eres el ... mismo, que nada ha cambiado en ti, como si fueras un viajero que, al siglo de haberse ido, regresa a su tribu con la edad que tenía cuando partió. Te lo digo porque tu edad, amado campo, está marcada en el mismo almanaque de la cocina de la tribu, en el sabor. Vuestros sabores son viejísimos, seculares, pero no envejecéis.
Esta sandía que se abre como un volcán rojísimo, de ardiente dulzor frío, es la misma, en sabor, que nos comíamos en la era, y la misma –o hermana– de la que el día de Santiago mandaba en la mesa en el almuerzo y en la cena. La mesa del mediodía, perfectamente vestida de verano, tomada del natural de la memoria, es la misma que dejé en mi niñez. Es una mesa de mediodía de la tribu; y si no, mira y cuenta: un plato de tomates maduros y aliñados, aceite, vinagre, sal, cebolla… Y más allá, un cuenco con aceitunas zorzaleñas que llevan más de nueve meses en salmuera. Y está el pan. Y acaba de llegar, mandando en todo, el gazpacho, tomates, mucho tomate, y bien maduros. Y, recién puesto, el plato de comida, quiero decir, de cocido, la comida por antonomasia. Cerca, una fuente tapada con un plato donde espera turno la trilogía más sabrosa que conoce el paladar de la tribu, la pringá, buena carne y buen tocino y, eso sí, morcilla de la tribu. Si la cuchara la cargo de cocido, o saco un cazo de gazpacho, o mezclo con un trozo de pan la pringá, o muerdo el pecado rojo de la sandía, y cierro los ojos, puedo viajar al sombrajo de la era o a la casa natal, con la familia intacta. Estás aquí, amado campo, como entonces. Como estabas siempre, a la sagrada hora de la comida, en las mesas de la tribu, en los sombrajos de las hazas o, si en fechas como esta, de las veras del río. Cierro los ojos y huelo el aire y eres aquella presencia que se iba a finales del verano y regresaba -regresa-, siempre la misma, sin envejecer, cuando llenas de tus frutos el verano que ya asoma, pajizo, caliente y generoso.
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