LA TRIBU
Como entonces
Entonces, cuando Dios decía «allá va agua», parecía olvidarse de tirarles del bocado a las nubes desmandadas
Incluso en tu propia memoria te sonaba a relato fantástico que hubieras oído de niño y que hubiera empequeñecido, borroso, poco a poco. Cuando decías: «Conocí años de lluvia en que los hombres se llevaban veinte días sin poder entrar en las tierras de la ... vega, y eso si iban sobre un animal fuerte que aguantara zonas en las que el fango le llegara a los garrones. Y los carros, un mes largo», te decían que exagerabas. Y tú dudabas, porque también a ti te iba sonando ya a relato engordado con la transmisión oral. «¿Veinte días sin entrar en las tierras de la vega? Ya sería menos…»
No, no exagerabas. Lo viviste. Un par de días después de haber escampado, desde el camino hondo que daba al manchón y a los calmos que bañaba el río, tu padre te dijo a veces: «Vamos a volvernos, hijo. Por los charcos aquellos, sé que no podremos llegar a la era por lo menos de aquí a quince días». No fallaba. En aquellos años, recuerdas haber bebido, en algún bajío y a mediados de la primavera, agua clara en la huella arcillosa de la pisada de un mulo. Y en mayo, agua de pequeños arroyos que venían al río, correteando como chiquillos traviesos, desde los cerros cercanos. Más tarde, en los sesenta altos, conociste cómo las cuadrillas de temporeros que recolectaban la aceituna de molino, algunos años se pasaron más de dos semanas entre la candela del tinahón y la taberna, dolidos de jornal y de lejanía familiar. Entonces, cuando Dios decía «allá va agua», parecía olvidarse de tirarles del bocado a las nubes desmandadas. Salían yerbas hasta en los desconchados de las tapias. Semillas que llevaban varios años dormidas despertaban al golpe del temporal y se empinaban, ya fuera al pie de los hierros de las ventanas o entre los adoquines de la calle. Ahora, cuando ves llover como está lloviendo, con esta lluvia antigua, y ves los campos cómo están —cultivos, barbechos y olivares— y cómo están los caminos, dices para tus adentros: «Así, así era la lluvia entonces, cuando empezó a asomar a mi vida en la carretera que se convertía en río violento, en las cunetas que no podían con el aguacero, en las calles que incluso obligaba a cerrar los colegios; así, cuando desde el puente de los coches se podían coger las naranjas que arrastraba el río en su violencia…» Sí, así ha llovido, así está lloviendo. Quizá para que volvamos a ver lo poco que somos cuando a la naturaleza le da por recordárnoslo.
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