LA TRIBU
Amos
No imaginabas que los peores amos, en el nombre de Europa, vendrían de la política
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Iniciar sesiónLos había buenos y los había miserables. Los había agricultores y los había propietarios. Los había que se metían en las faenas del campo al ritmo de los braceros y los había que no sabían ni por dónde se iba a sus tierras. Y a ... todos los unían dos palabras: el amo. Ahí viene el amo, a ver si se va el amo, hoy no viene el amo… Había amos buenos y amos negreros. Había amos que cogían más aceitunas que el mejor ordeñador y los había que no distinguían una gordal de una rapazalla. Había amos que ofrecían tabaco a las cuadrillas y amos que gritaban que a ver si se fumaba menos y se trabajaba más. Había amos que, si veían venir nubes de tormenta, le decían al manijero que los hombres dieran de mano cuanto antes, y amos que no permitían que los trabajadores llevaran reloj al tajo –«que no sepan qué hora es»-, aunque llevaran una jornada sobre tierra mojada y helada o bajo los carbones del verano. Había amos y amos.
No olvidas a los buenos hombres de la propiedad que jamás abusaron de los braceros. Están en tu memoria con letras de oro y corazón grande. Amos que pagaron medicinas y costearon hospital, pagaron estudios y cedieron tierra, aperos y animales para que los trabajadores tuvieran un desahogo. Ni olvidas a otros que llegaban a las tierras, a caballo, sólo a pedir cuentas. Ni saludaban ni jamás ofrecieron uno de sus emboquillados. Pedían cuentas y le recordaban al exárico que aún tenía pendiente el dinero de la semilla del maíz. No tenían buen corazón, era amos sin alma, hermanos de los que solucionaban el mundo junto a un café, en un velador del casino, que imponían el dinero del jornal y las horas de trabajo y que jamás, en sus propias tierras, se mojaron de blandura los bajos del pantalón. Amos inútiles de caballo ensillado por otro y órdenes al manijero para que fuera duro con los braceros. El campo tiene hermosas historias de amos que fueron magnánimos, generosos, y de amos que no servían más que para comerse la herencia y no dejar que el jornalero levantara cabeza. Para estos últimos, como escribió Rafael Montesinos, el pueblo andaluz acuñó la palabra señorito, para distinguirla de la palabra señor que lucían los amos buenos. Sin embargo, no imaginabas que los peores amos, en el nombre de Europa, vendrían de la política y hablando español y extranjero, sin amor a la tierra ni saber por dónde se va a los problemas del campo.
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