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EL RECUADRO

Sin Alicantina

Últimamente, todo lo que entendíamos por Sevilla está cerrando

Antonio Burgos

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Hasta lo de Montoliú y lo de Soto Vargas, la plaza de toros de Sevilla tenía un venturoso récord, como del Guinness. No sólo ningún torero había muerto nunca en su enfermería, sino que allí había nacido un sevillano. Una espectadora embarazada que estaba ya ... fuera de cuentas viendo una corrida, rompió aguas, la llevaron a la enfermería y allí nació Manuel Postigo. Sí, Manolo Postigo el de La Alicantina de toda la vida. De toda su vida. Como ha escrito Luis Carlos Peris, lo que entendíamos por La Alicantina, donde íbamos ritualmente el Domingo de Ramos hasta que cerraban las puertas del Salvador ya poco antes de salir La Borriquita, dejó de existir con la muerte de Postigo. Un señor. Sevillanísimo. Empezó trabajando en un Banco hasta que cogió en traspaso en 1963 el negocio que en 1922 había fundado como horchatería el valenciano Ricardo Talens Andreu. Postigo le mantuvo el nombre pero convirtió el local en el gran bar-marisquería. A la muerte de Postigo, continuó el negocio su viuda, Teresa Pérez, una gran señora que, harta de coles, lo cedió a profesionales de la hostelería que acabaron pegando el cerrojazo al clásico, como ahora se lo han vuelto a dar, chirrín, chirrán, y quizá para siempre.

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