Suscríbete a
ABC Premium

TRIBUNA ABIERTA

El crepúsculo de los ídolos (de pies de barro)

No se trata de ser pedantes, ni tampoco de creerse más sabios que nadie, sino de ser rigurosos en relación con lo que se afirma y defiende

AFP

Antonio Benítez Burraco

Acaba de jurar Trump el cargo y se han llenado los diarios de artículos saludando el fin de la era woke. Es como cuando murió Franco, que, de la noche a la mañana, todo el mundo se despertó antifranquista. Hay, es obvio, un hartazgo de ... todas las banderas que ha enarbolado la izquierda en los últimos años…. incomprensibles, la mayoría, hasta para la propia izquierda. En España, y sin ir más lejos, se ha erigido en cancerbera de los nacionalismos más ultramontanos, en lugar de seguir siendo garante del principio de igualdad de todos los ciudadanos: cómo se pasa de abogar por la revolución mundial, a la manera de Trotski, a defender la legitimidad de los fueros vascos, al modo de Arana, es algo que no lo explica ni el mero tacticismo político, sino la pura necesidad de nutrir sus redes clientelares. Pasa lo mismo con las cuestiones que, para facilitar su digestión, se tildan, almibaradamente, de «sociales», pero que no han hecho sino dividir y enfrentar a esa sociedad que supuestamente buscaban proteger. Se ha legitimado, por ejemplo, que para aquilatar a una persona cuente más su raza que el número de obras de Shakespeare que ha leído: nadie entiende que, a igualdad de méritos, un trabajo se lo quede aquel cuyos antepasados evisceraban prisioneros en honor a Huitzilopochtli o practicaban la devshirme en los Balcanes por aquello de tener que resarcir supuestos agravios históricos. Lo malo es que, en general, ni siquiera se llega a tanto. Porque la mayoría de estas políticas tiene escaso andamiaje teórico y aún menos coherencia con la realidad de las cosas. Crean y defienden leyes sobre el aborto quienes no saben distinguir el ectodermo del endodermo. Obligan a usar el lenguaje inclusivo los que ponen coma entre el sujeto y el verbo. Y promueven el cambio de sexo aquellos que confunden un ovocito con un óvulo. Y no se trata de ser pedantes, ni tampoco de creerse más sabios que nadie, sino de ser rigurosos en relación con lo que se afirma y defiende, y, sobre todo, de no supeditar la evidencia científica a la ideología, porque, en último término, estamos tratando con el bienestar, la salud y hasta la vida de la gente. Al final, cuando logramos apartar toda la mistificación que las envuelve, lo que tales políticas ofrecen a la vista es, casi siempre, la mera voluntad de poder. Porque más allá del sectarismo y más allá de la ignorancia, todo lo woke ha terminado sirviendo, casi siempre, para beneficiar a los propios (con cuotas, ayudas, puestos y prebendas) y marginar al resto (con cordones sanitarios, acoso en las calles o libelos en los medios), arramblando de paso con los frenos y contrapesos que hacen medianamente soportable la vida en sociedad, tanto los públicos (la judicatura o la prensa independientes), como los privados (la moral o la ética).

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia