antología del recuadro
Las macetas del veraneo
Publicado el 1 de julio de 1979
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Iniciar sesiónHAY unos problemas grandísimos, que salen en los periódicos y en los discursos del Congreso, con los que mis amiguetes del Peseá les meten las cabras en el corral al Gobierno en los miércoles andaluces de la Carrera de San Jerónimo, que vienen a ser ... como los lunes de San Nicolás o los jueves de San Pancracio, pero mayormente en cosa de pesqueros, de contaminación de Huelva y de lo muchísimo que dan para allí arriba y de lo que se llevan de aquí abajo, los tíos. Están estos problemas grandísimos por los que se preocupan los políticos y los padres de la patria, de la andaluza y de la otra. Pero hay unos problemas pequeños que angustian al personal y de los que nadie se ocupa. Uno, como no tiene que ganar votos ni nada, puede permitirse el lujo cultural y ciudadano de hablar de ellos. Porque para lo de la pesca y los moros ya tengo a Emilio Pérez Ruiz que para eso le voté, Emilio, para que tú te dediques a la morería y uno pueda hacer literatura de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa y de los primores de lo vulgar.
Resulta que media Sevilla tiene un grave problema que nadie se ha atrevido a denunciar: nadie sabe qué hacer con las macetas ahora que hay que irse de veraneo. Esto, dicho así, parece una guasa mía, como La Canina pero en cosa de macetas. Pero no. Es completamente serio. Sé de decenas de señoras que están apenadísimas, que como no resuelvan el problema de aquí a la Virgen del Carmen, fecha en que tradicionalmente empiezan los baños, fijo que se les seca el ficus que les costó casi mil duros, y la palmera enana, y las cintas, y el árbol del dinero.
Antes teníamos unas macetas que eran muy agradecidas. Entre que los geranios del balcón aguantaban carros y carretas, y que no teníamos un duro ni para ir a tomarnos una maceta de cerveza en el Baturrones, no había problemas con las macetas. Pero ahora, ya ve usted: vino López Rodó, trajo los planes de desarrollo, llegó la democracia, lo empapelamos todo, lo enmoquetamos todo y, para rematar la faena, nos liamos a poner plantas de interior, venga plantas de interior como las que vende Jaime Parladé en Los Remedios:
—Jaime, mándame también unos helechos que sean monos —dicen mis amigas de la Ucedé, no acordándose que a todo helecho le llega su Punta Umbría.
Porque este es el problema: las señoras no saben qué hacer con el dineral que se han gastado en plantas de interior. Las plantas, en el verano, se mandan a casa de mamá, como los niños en los antañones sábados de feria.
O se les encomiendan a una amiga.
—No, yo se las dejo a una vecina. Como ella se va en julio y nosotros en agosto, nos intercambiamos las macetas...
Hay en estos días todo un tráfico de macetas:
—Mamá, ¿te podemos dejar las macetas?
Y allá que están todas las suegras de Sevilla, regando las macetas de las nueras, que se van a poner bronceadísimas en Puertobanús. O están los pobres porteros, con trescientas mil macetas de toda la vecindad:
—Ya sabe usted, Paco: los helechos los tiene usted que sacar a media mañana y ponerlos en sombra. Y no deje usted de regar cada dos días el árbol del dinero, que trae muy buena suerte...
Después los porteros hacen como en el chiste, café para todos, y así acaban las macetas, enguachinadas y muertas en el glorioso combate del verano. Como que las debían recoger como las alfombras esos señores que vienen de Castilleja. ¿Y las monjas, Conchichi? ¿Por qué no inventas que las monjas les cuiden las macetas a mis señoras? Que está la cosa muy achuchá como para que se sequen los árboles del dinero...
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