Tribuna Abierta
Vuelva usted pasado mañana
La cultura burocrática ha sido en muchos aspectos inmune a los avances tecnológicos y se ha trasladado tal cual a los cada vez más complejos procesos administrativos
Álvaro Ybarra
Uno de los ejercicios más frustrantes en la sociedad de la información que hemos construido es el de realizar un trámite burocrático cualquiera con la administración, con o sin cita previa. El «en este momento no podemos atenderle» ya lo tenemos tan asumido como el « ... se ha agotado el tiempo de espera. Reinténtelo otra vez». Lo que en realidad nos exaspera es la convicción de que los servicios públicos deberían desempeñar la función para la que fueron concebidos: facilitar la vida a las personas. Pero en demasiadas ocasiones parecen diseñados justo para lo contrario: complicarles la existencia.
La cultura burocrática ha sido en muchos aspectos inmune a los avances tecnológicos y se ha trasladado tal cual, sin grandes cambios en el enfoque y la dinámica de trabajo, a los cada vez más complejos procesos administrativos, incluidos los digitales. ¿Cuántos proyectos quedan, han quedado y quedarán varados para siempre en la tupida red de los procedimientos por autorizar?
Dos siglos han pasado desde que el genio satírico, romántico y magistral de Mariano José de Larra expresara su frustración y desconsuelo en «Vuelva usted mañana». Pero la costumbre española de alargar y complicar innecesariamente los plazos para gestionar un permiso, una prestación, abonar una sanción, o cumplimentar un mero trámite administrativo sigue vigente. Es encomiable la voluntad de la Junta de Andalucía al haber creado una consejería específica de Simplificación Administrativa, que debería ser replicada en todas las administraciones, pero la tarea es tan ingente que la intención no basta para traspasar la maraña burocrática. Poco ayuda el hecho de que el pasado año se publicaran en España 1.298.086 páginas en los boletines oficiales estatales y autonómicos con nuevas normativas para mayor fuente de incertidumbre de ciudadanos, empresas e instituciones. Porque el aluvión de plazos, normas, decretos y limitaciones ha adquirido tal densidad que, en lugar de contribuir a la transparencia, la seguridad jurídica y la eficacia, reduce la competitividad, incrementa la opacidad de la gestión pública, genera inseguridad jurídica y provoca desconfianza y frustración en los ciudadanos.
Una de las claves para revertir o al menos amortizar este delirante proceso sería, además de racionalizar la constante y obsesiva modificación de las distintas normativas, someter a una evaluación periódica y sistemática la eficacia de los servicios públicos, entre otras cuestiones para dotarlos de los recursos humanos que fueran adecuados y necesarios. A ello contribuiría mucho que los gestores públicos tuvieran plena conciencia de que su deber primordial es el de servir a los ciudadanos y no el de ponerlos a prueba. También contribuiría a ello que la atención a los contribuyentes fuera personalizada y presencial, algo que los avances tecnológicos han menoscabado con el objetivo de reducir costes y recursos aliados con el exceso de teletrabajo. La atención personal no sería tan decisiva si la administración electrónica fuera de verdad una administración sin papeles y hubiera evolucionado reduciendo al máximo las cargas y los plazos. Pero la realidad es que la burocracia de papel se ha transformado en burocracia digital, en la que se exige aún documentación innecesaria, eso sí, on line, y se traslada la complejidad de la tramitación presencial a la electrónica. La variedad del ecosistema administrativo español, uno de los más ricos y variados de Occidente, no favorece la simplificación, pues a la existencia de diferentes aplicaciones, sistemas y plataformas digitales, algunas incompatibles entre sí, hay que añadir las distintas esferas administrativas autóctonas: comarcas, mancomunidades, ayuntamientos, diputaciones, autonomías, instituciones regionales, locales y estatales.
Llegados a este punto nos queda la esperanza de que entre las grandes ventajas de la Inteligencia Artificial (IA) esté la de construir almacenes de datos organizados y estructurados que supongan un catalizador para la eficiencia, la innovación y el uso de la información que cambie la situación actual y termine con el atasco. Mientras la IA demuestra su potencial transformador sólo nos queda esperar que no tengamos que repetir como Larra en el final de su celebérrimo artículo: «Ay de aquel mañana que no ha de llegar nunca jamás».
Fue director de ABC de Sevilla
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