TRIBUNA ABIERTA
De vallas, sillitas plegables y policías… de Burgos
Las mismas calles por las que nuestros padres nos enseñaron a ver cofradías de la mano (cómo no recordar nuestra primera Madrugá) están ahora aforadas y valladas

«¿Usted de dónde eh?» Le preguntaba el comisario de Policía Nacional a una agente que había intentado alterar el itinerario oficial de una cofradía sevillana. «Yo soy de Burgos, señor», respondió la agente para desesperación del comisario quien, entre lamentos, se llevaba las manos ... a la cabeza. Esta fantástica escena de la película 'El mundo es nuestro' de los geniales «Compadres» (Alfonso Sánchez y Alberto López) sirve como ejemplo de que la realidad siempre supera a la ficción.
Desde hace algunos años muchos de los agentes de Policía Nacional que prestan servicio en la Semana Santa de Sevilla, bien abriendo paso delante de las cruces de guía, o bien abriendo paso -nunca mejor dicho- delante de los pasos, tienen un marcado acento castellano. El problema, obviamente, no es el acento de estos agentes, sino que las autoridades políticas o policiales, en definitiva, sus mandos, no se han preocupado en instruirles mínimamente acerca de lo que es la Semana Grande de Sevilla, de lo que es la bulla, de cómo transcurre una cofradía o de cómo circula un sevillano y de cómo lo hace un turista neoyorkino. Ni siquiera se han preocupado en advertirles de que si alguien le pregunta por Alemanes, le está preguntando por una céntrica calle de la ciudad y no por un grupo de hinchas del Bayern.
En el Domingo de Ramos de 2024, uno de estos agentes de evidente procedencia foránea, con muy malos modales y a voz en grito, se nos dirigió a un grupo de costaleros que cruzábamos una calle en dirección al punto de relevo obligándonos a dar un absurdo rodeo a pesar de que estábamos cruzando ¡nuestra propia cofradía! Quise entender ese desagradable suceso como algo puntual, si bien en la Semana Santa de 2025 he vuelto a percibir actuaciones de agentes de policía más propias de una intervención de unidades antidisturbios en un partido de fútbol de alto riesgo que del control de la seguridad en una manifestación pública de fe. Si los soporíferos cangrejeros impiden el avance normal del paso, las fuerzas del orden pueden y deben hacer uso de la fuerza para apartarlos, pero siempre actuando con proporcionalidad, con el máximo respeto posible y siendo conscientes en todo momento del lugar y de la ciudad en la que se encuentran.
Alejandro Rojas-Marcos, en una entrevista concedida hace unos días a propósito del aniversario de la Expo 92, elogiaba la sapiencia del pueblo sevillano en los «movimientos de masas», virtud de la que hicimos gala en tan magno evento y en otros posteriores. Desde hace unos años, en la Semana Santa de Sevilla ya no hay «movimientos de masas», solo hay masas sin movimiento, pues ya solo hay vallas, sillas plegables y policías cuya actitud recuerda tiempos pretéritos.
Las mismas calles por las que nuestros padres nos enseñaron a ver cofradías de la mano (cómo no recordar nuestra primera Madrugá) están ahora aforadas y valladas. Y pocos metros más allá de las vallas, apenas dos cofrades y cuatro guiris que acaban de bajar del apartamento turístico sorprendidos por el rugido de las cornetas y los tambores de la banda que abre el cortejo. Y en el lugar donde olvidó poner vallas el que diseñó el operativo, el ejército de cofrades de sillas plegables, auténticos usucapientes de la vía pública, impide que puedas cruzar entre ellos. Si algún osado transeúnte intenta atravesar sus líneas, si tiene suerte, escuchará tan solo un quejoso «puf»; si tiene peor fortuna, escuchará un improperio o incluso recibirá un empujón.
Mientras tanto las autoridades, desde el pretorio de Jerusalén, se lavan las manos esgrimiendo la seguridad como justificación de este estatus quo. A pesar de todos estos obstáculos, no podemos renunciar a coger de la mano a nuestro hijo de 10 años para, al igual que hizo nuestro padre con nosotros, enseñarle a ver cofradías en las calles de Sevilla. Yo lo seguiré haciendo, a pesar de las vallas, de las sillitas plegables y de los policías de Burgos, ciudad que, por cierto, tiene una estupenda Semana Santa digna de ser visitada (por supuesto, sin sillita plegable).
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