LA ALBERCA
Se nos rompió el Amor
¿Quién sabe si no se habrá inventado Sevilla a sí misma?, nos preguntaremos hoy tras el manto morisco de la muralla

Hoy que los patios son como hogueras apagadas y los callejones heridas curadas con cal, hoy que reza el agua y el manto morisco de la muralla muerde con sus almenas la nube amenazante, hoy que Cristo muere con las puñaladas del sol, hoy que ... la lluvia no es más que una rosa entreabierta y, como diría Aleixandre, la ciudad se ha condensado en el pétalo último, hoy que los lotos del parque le tienden su alfombra al porvenir, solo hoy Sevilla existe. Todo lo demás es una esperanza, una desnudez aguda, una verde claridad sonora de andaluzas soledades en el eco de un tenor. Sólo hoy se configura esa incógnita que se preguntaba José María Requena: «¿Quién sabe si no se habrá inventado ella misma a sí misma?». Hoy la ventana gritará al despertar si es posible el milagro, la brisa mecerá la túnica para que baile abrazada a las cortinas, el niño jugará a las levantás con la silla de la cocina, la niebla de canela llenará el salón y, ahí fuera, en cualquier esquina, se aparecerá Sevilla como se aparece la Virgen. Y se irá después. Y todo habrá acabado. Cuando el manto de la Amargura se aleje y el Amor apague la luz de la conciencia en la rampa, faltarán 350 días para que podamos ver otra vez su rostro en movimiento. Para que Sevilla vuelva a empezar no se sabe muy bien qué fugaz eternidad.
Hoy que los arqueros finos apuntan al lábaro del viento, loco de horizonte, hoy que se oyen volar palomas invisibles y que este cahíz es una abreviatura del mundo, hoy que el norte da a Triana y que le aprietan los zapatos incluso a los penitentes descalzos, hoy que los chiquillos dan pregones para pedir un caramelo y los nazarenos blancos parecen a lo lejos una cordillera nevada, hoy que los clarinetes usan como bocina los ojos de patio al alba y que los labios de los cornetas están aún frescos, hoy que en San Julián se renueva otra vez la estética del dolor y Dios nos da su cuerpo en Los Terceros, hoy que la ciudad se despoja de todos sus maniqueísmos en el Compás de la Laguna y el pelícano merodea la palmera de Zaqueo, hoy que la sombra del Nazareno tapará los desconchones de las caballerizas y olerá la llama de azúcar en la yema de la Casa de Pilatos, sólo hoy, nunca más, Sevilla será verdad. Porque al volarse el primer globo de la infancia, al soltarse la primera mano en el tramo, al asistir al descenso de la muerte por las tablas de la Colegial con el silencio y la penumbra en pugilato, las siete letras de su nombre serán las Siete Palabras de Cristo en la cruz. El final. Sanseacabó. Sin tópicos, sin forzadas honduras literarias, sin llamar la atención. Cualquier sevillano que haya cruzado alguna vez la frontera de la multitudinaria soledad de este Domingo y haya dejado caer sus ojos sobre los ojales del antifaz de un nazareno blanco en el Salvador sabe que la vida es eso. Que todo lo demás es el envoltorio. Que cuando la cabeza de Jesús cae muerta sobre el hombro de la ciudad otro año más, un susurro de Manuel Alejandro nos asciende a la exacerbación de Dios: se nos rompió el Amor. Hoy sólo queda un año para volver al porvenir.
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