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LA ALBERCA

Se nos rompió el Amor

¿Quién sabe si no se habrá inventado Sevilla a sí misma?, nos preguntaremos hoy tras el manto morisco de la muralla

JUAN FLORES
Alberto García Reyes

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Hoy que los patios son como hogueras apagadas y los callejones heridas curadas con cal, hoy que reza el agua y el manto morisco de la muralla muerde con sus almenas la nube amenazante, hoy que Cristo muere con las puñaladas del sol, hoy que ... la lluvia no es más que una rosa entreabierta y, como diría Aleixandre, la ciudad se ha condensado en el pétalo último, hoy que los lotos del parque le tienden su alfombra al porvenir, solo hoy Sevilla existe. Todo lo demás es una esperanza, una desnudez aguda, una verde claridad sonora de andaluzas soledades en el eco de un tenor. Sólo hoy se configura esa incógnita que se preguntaba José María Requena: «¿Quién sabe si no se habrá inventado ella misma a sí misma?». Hoy la ventana gritará al despertar si es posible el milagro, la brisa mecerá la túnica para que baile abrazada a las cortinas, el niño jugará a las levantás con la silla de la cocina, la niebla de canela llenará el salón y, ahí fuera, en cualquier esquina, se aparecerá Sevilla como se aparece la Virgen. Y se irá después. Y todo habrá acabado. Cuando el manto de la Amargura se aleje y el Amor apague la luz de la conciencia en la rampa, faltarán 350 días para que podamos ver otra vez su rostro en movimiento. Para que Sevilla vuelva a empezar no se sabe muy bien qué fugaz eternidad.

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