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La alberca

Los narcos del Guadalquivir

Es indecente el abandono institucional a las fuerzas de seguridad en su lucha contra las mafias de la cocaína

Alberto García Reyes

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LA marisma es una zona históricamente misteriosa. Ahí traza el Guadalquivir recovecos invisibles, guaridas ignotas, islas inhóspitas y paisajes de agria belleza. La Guardia Civil irguió hace un siglo su cuartel de vigilancia contra el estraperlo en el poblado de Colinas, hoy paraíso del arroz ... con pato, porque desde esta pequeña atalaya de La Puebla del Río se podía divisar el Atlántico. Pero el jeroglífico que traza el agua dulce en su camino hasta Sanlúcar se ha convertido en un laberinto de la cocaína. Lejos quedan los tiempos en los que la mayor ilicitud del río estaba en los barcos anguleros, que anclaban su actividad en la pesca del alevín de la angula para vender las capturas en los restaurantes de la comarca. Siempre ha existido un furtivismo depredador en los estertores del Guadalquivir que le ha dado sabor a las mesas de muchas casas. Y siempre ha dormido la Guardia Civil con un ojo abierto en esta zona mitad indómita, mitad cautivadora. Sin embargo, esta delincuencia basada en la supervivencia ha sido arrasada por las bandas criminales del narcotráfico, que ahora usan los barcos anguleros como estructuras de petaqueo, llegan con sus lanchas por las zonas de menor calado del río hasta la mismísima Torre del Oro y han construido en las naves agrícolas de todo el cauce guarderías para cobijar los fardos que luego se distribuyen por toda Europa. El río por el que otrora entró todo el oro de América es hoy el canal por el que llega toda la miseria.

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