La alberca
El maniguetero de la Carretería
Antonio Bustos saldrá siempre en el tramo de los sevillanos egregios, el de las parejas nombradas por la Giralda
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Iniciar sesiónEL reloj que asomaba entre el guante y la manga de terciopelo azul del maniguetero de la Virgen se ha parado justo donde el río. En Sanlúcar de Barrameda. Tanta era la sevillanía de ese señor del antifaz carretero que ha ido a morir a ... la mar, en copla manriqueña, tarareando la letra de Lole y Manuel: «Río de mi Sevilla,/ no te entretengas/ que te espera en Sanlúcar/ la mar inmensa./ ¡Con qué desgana / dejarás las orillas de tu Triana!». La mar inmensa del Cristo de la Salud lo acoge ahora entre las cruces de la vieja Varflora, la calle real del sabio Fernando Díaz de Valderrama, para que el Barco del Carbón revire más lento en la esquina los Viernes y se pueda preguntar su cofradía a quién le debe más, si al pseudónimo de Fermín Arana de Varflora o al nombre monumental de Antonio Bustos Rodríguez. Porque se ha parado el reloj que asomaba en la manigueta de la Virgen del Mayor Dolor, pero no la túnica gastada por la vida sobre la que el sabio del Arenal había escrito todo el temario de su Curso de Temas Sevillanos. Ahora el Barco, cuando arríe sus garras de águila en los adoquines, tendrá en lo alto otra expiración. Y sólo Dios sabe de cuál de los azules del espectro pintará el sol su terciopelo en las alturas, pero seguro que será de un azul único para que lo sigamos distinguiendo siempre. Los terciopelos de la Carretería son todos los cielos de Sevilla, los oscuros, los tempraneros, los del ocaso, los claros, los nublados... Las madres distinguen a sus hijos nazarenos por la tela de las túnicas. Y ahora la Virgen del Mayor Dolor va a encontrar a Antonio Bustos en el cortejo eterno gracias a ese azulino tirando a verde que proyecta el sol al final de la Palmera, siguiendo el cauce del río hasta Doñana, que es el morir.
Antonio Bustos ha entrado en el tramo de los sevillanos egregios, el de las parejas nombradas por la Giralda. No por su amor al balompié en los años de las carestías, ni por su divulgación de Sevilla desde aquella casa del Compás de la Laguna que le acabó llevando al Ateneo, ni por su pregón de las Glorias en las que ahora descansa, ni por la herencia que deja en las voces de sus hijos. Antonio Bustos Rodríguez ha ascendido hasta las azucenas porque puso a Sevilla en la boca de riego de todas sus plazas. Lo hizo alambicando las palabras, viajando del manierismo al barroco, como su Cristo, pero simplificando siempre las reglas de la hermandad de Hispalis. Y sin ayuda de nadie más que de su fe, resucitó a todos los hijos de la ciudad que andaban extraviados por el olvido, encontró el camino más corto para llegar a la esencia de nuestras cosas, nos enseñó a entender cada rincón de este paraíso y nos descubrió la inmensa fortuna que tenemos los que alguna vez nos graduamos en su academia popular. Se ha parado el reloj, sí, pero su itinerario ha sido tan colosal que quedará siempre señalado en el programa del ABC: Antonio Bustos es la cofradía que va desde la manigueta de la Carretería hasta la desembocadura del Betis.
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