La Alberca
El duende de La Puebla
Hoy Morante saldrá a la plaza como un 'ecce homo' victorioso para explicarnos que el arte también lleva a la eternidad

Hoy que la Aurora ha salido bajo palio, y no por detrás de Triana, hoy que la Piedad reza para no tener que llevar a su Hijo en brazos por el callejón, Sevilla espera la victoria del Señor en el ámbar de su plaza. Este ... Domingo es de huellas hondas. No se puede pisar el albero de puntillas porque esas pisadas anuncian a quienes pueden transformar un muletazo en una pincelada velazqueña. La Resurrección es aquí la obra de un Faraón. Por eso hoy es un día para los toreros que le saben coger la distancia al silencio. Hoy en la Maestranza sólo cabe Sevilla, que se juega su sangre. Y en este año 25 d.C. -después de Curro-, ese legado está en manos de Morante de la Puebla, que dejó firmado el contrato perpetuo a la altura del Seis, pero por fuera de la raya, cuando le dio la estocada a Ligerito y, después de muerto, volvió a ofrecerle al animal un muletazo más, el del rabo. Aquel día consagró el cigarrero su defensa instintiva de lo más sagrado. Sólo los muertos han visto el fin del toreo. Lo escribió como nadie Agustín de Foxá: «el viento es el perfume que se echa la muerte en su pañuelo». La muerte del toreo es perfumada, poética, para siempre. Los alamares son como medallas militares, condecoraciones de una guerra sin armas, de la guerra de las almas, con las que el torero proclama su verdad más infinita: el cuerpo es finito, pero el arte es inmortal. El parte médico de Pepe Hillo es el evangelio del morantismo: «Llegó a esta enfermería con algunos espíritus de vida». ¡La vida es un espíritu! Y hoy Sevilla celebra el espíritu de la resurrección de Morante ante el toro eterno, que no es el de piedra de Guisando, sino un monumento funerario en movimiento, un túmulo prehistórico de carne hueso, un dolmen que anuncia enterramientos para que la memoria permanezca siempre encendida en el ascua de la verdad. El toro es un epitafio. Una forma de vivir por encima del tiempo. Una paradoja en la que conviven el peligro y la belleza, el miedo y la dulzura, el temperamento y la paz. Y el duende de La Puebla es un 'ecce homo' vencedor en el Baratillo. Un triunfador que se impone a todo: a la sublimidad estética, al peligro mortal, a sus dudas, a los espectros que torean a su vera a solas por la noche... Su coreografía con el toro está hecha de la misma madera que la Esperanza.
Caballero Bonald describió en su 'Diario de Argónida' los misterios de una dehesa edénica por la que hace unos miles de años bogaban los toros bravos de Tartessos, aquellos a los que el rey Argantonio cubrió de oro del Carambolo. Ese es el oro con el que hoy Morante se vestirá de luces. Un oro que estuvo siglos bajo tierra, una riqueza en permanente riesgo de ser sepultada. Decía también el escritor jerezano que el miedo «trae un sucio disfraz de viajero de paso, ha cambiado de nombre, se agazapa en los más extravagantes escondites y apenas dice algo que yo no sepa ya». ¿Qué puede ya decirnos el miedo que no sepamos? El duende de La Puebla contestará esta tarde la pregunta. Pase lo que pase. Porque hoy también empieza su tiempo de gloria.
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