LA ALBERCA
Los cien nazarenos de las Tres Mil
Bendición y Esperanza nos enseña que en las Tres Mil Viviendas siempre es Viernes de Dolores, menos ayer
Las cofradías son nuestro Cristo vivo. El primer antifaz verde de las Tres Mil Viviendas es el mayor logro de la religiosidad popular en décadas porque certifica la vividez de la fe allí donde la vida es agria, gris, áspera. Dolorosa. Sevilla lleva años sobreviviendo ... al golpe de la marginación. Aquí están los tres barrios más pobres de España desde hace décadas. Los números oficiales lo gritan. Pero hay que preguntarse en qué situación estarían esos arrabales si no hubiese germinado en ellas la raíz de Dios. Cuando el Gran Poder fue a Los Pajaritos hizo un milagro. Calló las pistolas de la calle Alondra. Recuerdo que al pasar por la Plaza del Búho, almendra de nuestra degradación colectiva, un buen amigo que caminaba conmigo delante del paso me susurró: «Recuerda bien lo que estás viendo porque no vas a poder volver aquí si no es con el Señor». El buenismo es una peligrosa rémora porque pone sordina a verdades como puños que sólo pueden tener arreglo si se pronuncian con todas sus letras. Hablemos claro: los cien nazarenos que salieron ayer de la parroquia de Jesús Obrero para hacer estación de penitencia ante el Cautivo del Tiro de Línea son la mayor obra social que jamás se ha hecho en el Polígono Sur. En un barrio oscurecido por los cortes de luz de la marihuana, harto ya de mascletás y pirotecnias, donde las bandas criminales han impuesto sus leyes y el ascensor económico sólo funciona en negro, la hermandad de Bendición y Esperanza es un salvavidas. Y aquí no cabe la literatura del blanqueo. El barrio de las Tres Mil está machacado por la delincuencia, la carestía, la precariedad educativa, la inseguridad, los fallidos programas de integración y el olvido del resto de la ciudad. O se dice sin rodeos, o jamás se le podrá poner remedio. Pero en este contexto hostil se alza la Iglesia para combatir una realidad devastadora. La obra de caridad de la hermandad de Los Gitanos en el Polígono Sur es incalculable desde mucho antes de que el Papa Francisco abriese el diálogo con la iglesia evangélica, mayoritaria entre los creyentes de la raza calé. La Esperanza de Triana prepara una misión histórica al barrio. Y el Consejo de Cofradías trabaja con el proyecto 'Fraternitas' para rescatar a familias que están braceando donde no se hace pie. Pero más allá de la caridad, en las Tres Mil hacía falta una fuerza tractora común. Una hermandad fuerte. Una fuente devocional.
Bendición y Esperanza. Estas dos palabras llevan al Cristo vivo hasta las entrañas de la miseria. Y son la puerta de la muralla más alta que tiene Sevilla, que no es la almohade, sino la de la exclusión, que a veces es más inexpugnable. Pero si el Rey Santo logró vulnerar el adobe de la morería, ¿cómo no va a conseguir entrar en los esqueletos de las Tres Mil? Los cien nazarenos del barrio no escoltan a su Señor, protegen a los sevillanos en su encuentro con la fe en la calle de la Amargura. Abren el arco por el que se entra a una realidad desgarradora para convencernos de que allí siempre es Viernes de Dolores, menos ayer.
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