La Alberca
La Cava de la Esperanza
La Virgen sabe más que nadie de arrabales y por eso va a hacerle una visita a sus antiguos vecinos
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Iniciar sesiónEchar el ancla en aquellos que caen sin cirineo, poner la Esperanza en las casas en las que pitan las ollas vacías. Esa es la misión de la Niña que tiene las manos como palomas, la Chiquilla que canta las cosas de Triana entre varales ... de fragua. Los gitanos de la Cava y los de Chapina hicieron un exilio al Polígono en los años del desarrollismo y cambiaron de orilla sus cantes, pero no sus ecos. Por eso la Virgen ha seguido cumpliendo el rito de su vecina Matilde Coral, diosa de la escuela sevillana que se dejó las entrañas explicando por qué duele el baile trianero: porque se hace moviendo las manos como una dolorosa. Yo siempre he visto en la trianera el origen de esa escuela. Porque en los besos que tiene guardados en sus manos, besos de siglos, son besos por soleá. Ella es la primera bailaora quieta de la historia, la que enseñó a la nieta de Baltasar Montes, el gitano más viejo del arrabal, a llorar sonriendo, a convertir el más oscuro de los dolores, que es el de una madre que pierde a su hijo, en la más solemne expresión de algarabía. La Esperanza de Triana es la forma que tenemos aquí de guardar el luto. Es la lágrima que baila. Y después de tantos años tan lejos de sus antiguos vecinos, ayer fue a buscarlos a las nuevas periferias para que los Montoya le canten la letra de Manuel: «Ay, Señor, válgame Dios,/ qué alegría tiene el mundo/ y qué pena tengo yo».
Nadie lo ha dicho mejor que Joaquín Caro Romero. Sé dónde la vida empieza, no donde la vida acaba. Los gitanos en la Cava y Ella en la calle Pureza. Pero ahora los zíncali están a este lado del puente, en un arrabal nuevo que sólo guarda dos cosas de aquél: la pureza y la fatiga. Y para llegar hasta allí tuvo que pasar la Esperanza por el Porvenir, ay, como en la soleá: «Sentaíta en la escalera/ esperando el porvenir/ y el porvenir nunca llega». Antes de llegar al corazón de las duquelas tuvo que visitar a su Hijo Cautivo en el Tiro de Línea para que todos los que tienen las manos atadas en el barrio más pobre de España sepan cómo les entiende Ella. Y cuando estuvieron las amarguras de la Virgen rezando las Letanías, alguien exclamó entre los bloques la verdad inmarcesible de José María Rubio: «¿Dicen que no tiene nombre/ el corazón? Es mentira/ porque se llama Triana/ el corazón de Sevilla». Hoy el cahíz que queda entre el río vivo y el río muerto, entre la capillita del Carmen y el Patrocinio, es un barrio de lujo que se aferra a la cuerdecilla de los alfareros y al relincho del caballo marinero por el Altozano para mantener viva su esencia, pero antaño ese lugar fue una cruz en la que se enclavó la pobreza, anclada hoy en la amargura de las Tres Mil Viviendas. Por eso cuando las manos de la Virgen le dieron ayer su gañafón por martinetes al martillo que cada día golpea la esperanza de los abandonados, giraron otra vez el torno de barro para que Ella acariciara a sus hijos y los modelara un futuro mejor. Mi voz me alcanzó entre las avenidas y le recité de nuevo lo que sueño al verla: Estaré loco con gana, pero he visto en mi locura Esperanza en la Amargura y Amargura por Triana.
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