LA ALBERCA
Los cables de Óscar Puente
La decadencia del AVE es directamente proporcional al estilo grosero del ministro de Transportes
NADA es responsabilidad de este Gobierno. España se ha ido a negro y el AVE se ha parado de madrugada en mitad de la Mancha, todo en menos de una semana, por circunstancias diversas. Por azar, por sabotaje, por casualidad, por una fatalidad incontrolable, porque ... así es el destino, por una contingencia externa, por lo que sea menos por la gestión gubernamental. Las escenas de los trenes averiados justo unos días después del apagón muestran indiscutiblemente una imagen subdesarrollada de España. Y el aparato de propaganda, desde las comparecencias presidenciales a las letanías de los tertulianos, se empecina en eximir al Gobierno de toda vinculación con lo sucedido. Pero este declive de aires cubanos es una evidencia tan indubitable que cada excusa empeora a la anterior. Es un hecho irrefutable que bajo el mando el ministro Óscar Puente los trenes de alta velocidad se han parado en España, han dejado de ser puntuales, tienen un ínfimo mantenimiento y no están a la altura de las comunicaciones ferroviarias del primer mundo. Su estilo pendenciero, sectario, atrabiliario y maleducado trata de soslayar una incompetencia de libro, tal vez la misma que le llevó a perder la Alcaldía de Valladolid, metiendo bajo la alfombra del insulto y la querulancia una ineptitud pocas veces vista en un Ejecutivo europeo. Sánchez lo ha puesto ahí para hacer ruido y desviar el foco hacia otro sitio que no sea él, una tarea en la que Puente es un especialista. Nadie desquicia tanto a los ciudadanos con sus calentones y sus faltas de respeto a la verdad y al sentido común. Es una máquina. Del fango, por supuesto.
Ni el poeta Oliverio Girondo logró describir un escenario más subdesarrollado en sus versos dedicados al tren expreso de la España de hace un siglo. Entonces decía esto el argentino: «A riesgo de que el viaje termine para siempre, / la locomotora hace pasar las piedras / a diez y seis kilómetros, / y cuando ya no puede más, / se detiene, jadeante. / ¿Llegaremos al alba, / o mañana al atardecer...?». Es obvio que el sanchismo jadea. Apela a los cables robados pero silencia por qué no ha reforzado la seguridad en las vías en un lustro. Busca coartadas lejanas para no tener que asumir ninguna carga en esta decadencia incesante. Pero hay una razón inequívoca que explica fácilmente el carrusel de miserias: cuando se pone al frente de las instituciones a amigos y afines, lo normal es que todo vaya a peor. El compadreo es el germen de cualquier desorganización. Y si a eso se le suman unas formas groseras, el desastre es inevitable. El ministro Puente insiste en el robo de cables como pretexto exculpatorio porque en su habitual cruce de cables politiquero se le ha olvidado que él es quien tiene que encargarse de parar a los ladrones. Y no se da cuenta de que España ya no es como la que vio Girondo, que decía que el loro es el único pasajero que protesta por las veintisiete horas de retardo. Los españoles ya saben que, como el AVE, el final del sanchismo llegará al alba o mañana al atardecer, pero llegará.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete