todo irá bien
Quemar la casa de tu abuela
En aquel 1993 yo no dejaba de ser un pequeñoburgués con poco mundo
Esto se ha llenado de patanes (12/8/2023)
Dani en Tailandia (9/8/2023)
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Iniciar sesiónMi abuela me había dado una tarjeta de crédito que yo podía usar sin dar explicaciones previas pero luego los gastos tenía que justificarlos con talento. Con algún talento, no importaba cuál. Podía ser en favor de la empresa o algo que escribiera porque a ... pesar de los años que trabajé a su lado, sabía que no iba a dedicarme a su negocio. Era un pacto extraño en ella, porque era muy estricta, muy contable, y lo que en cambio me exigía ahí no era un beneficio concreto sino 'talento'. No las ganancias sino que mereciera la pena. Al principio tomé la tarjeta sin hacer preguntas ni gastos porque no entendía lo que mi abuela esperaba de mí. Pero tener una posibilidad te crea una fantasía y más temprano que tarde el bestial impulso de realizarla. Recién regresado de haber estudiado el COU en Dublín y por las ganas de estar con mis amigos, no puede resistirme a ver como una forma de talento ofrecer una fiesta organizada por el mítico John Selolwane, un chico africano que llegó a mi colegio cuando íbamos a octavo y que desde entonces nos habíamos vuelto amigos inseparables. John fue un ídolo para una generación de barceloneses y aprovechamos un viaje de doña señora a Marbella para ocupar su finca de Alella. Mi único cometido era elegir a los invitados y cuando John vio la lista –mis amigos eran geniales, pero pocos y raros y torpes como yo– me dijo: «esto tendré que arreglarlo», y a las 9 sonó el timbre de la puerta principal y había un autocar del que bajaron sesenta y cuatro –los conté– amigos y amigas de John, todos como él, muy apuestos y elegantes, pero claro, en aquel 1993 yo no dejaba de ser un pequeñoburgués con poco mundo y mucho espanto que a tantos africanos juntos, y en la finca de mi abuela, sólo los había visto mientras duraron las obras de cuando la compró.
Empezaron a moverse como hechizados y cualquier prejuicio quedó arrasado por el asombro. Se subieron a los árboles, al tejado, se metieron vestidos en la piscina, nos metieron con ellos, entraron en la casa, bailaron con los jarrones, los cuadros, las figuras, todo fue un delirio embriagador de música, luz y cuerpos. Y más champán y más cuerpos y encendieron una hoguera en el cuidado césped que cada mañana Ambrosio segaba y justo cuando iba a decirles algo, pero no pude, porque una de las amigas de John me tenía al cargo de asuntos de mucha más importancia, bajaron los monsieurs de las habitaciones, los vistieron con ropa de mi madre y de mi abuela hasta que parecieron muñecos, y los prendieron para despedir a lo grande la fiesta.
Con mis amigos y Miguela estuvimos dos días tratando de recomponer la casa pero no se pudo. A mi abuela cuando regresó le conté los detalles, reconocí el gasto y el destrozo y me disculpé por no ofrecer a cambio ningún talento. Ella dijo: «Claro que hay talento. La misma noche has quemado la casa de tu abuela y has descubierto a las mujeres de verdad. No sé si algún día vas a escribirlo, pero en todo lo que escribas, se va a notar».
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