todo irá bien
Y yo el primero
Dice mucho de nuestra era y de nuestra condición que Ozempic sea el fármaco emergente
Otro juguete
Tu piel
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Iniciar sesiónMounjaro es la evolución de Ozempic, el medicamento que sirve para adelgazar. Realmente funciona. La sensación de saciedad llega mucho antes y no hace falta ni fuerza de voluntad para no comer y pasan los días y vas perdiendo peso. Antes los medicamentos servían ... de complemento para lo que no teníamos. Eran tiempos de miseria y de ignorancia y todo costaba un enorme esfuerzo. Había hambrunas, frío, devastadoras enfermedades, desabastecimiento y el gran lujo era continuar vivo y estar gordo se asociaba a la riqueza y al poder porque comer en abundancia era casi una excentricidad, de tan infrecuente. Ahora tenemos Ozempic, Mounjaro y Wegoy para despreciar el excedente, para imponernos sin victimismo a los más primarios impulsos del atracón y la incontinencia y revestimos de 'gadget' de moda lo que no es más que otro agujero en el alma, otra rendición de la consciencia, bandera blanca de cualquier rasgo de tenacidad y de carácter. Y yo el primero. Diez kilos en dos meses. Lo único que tengo que hacer es pincharme una vez por semana con una microaguja tan imperceptible que ni duele y pagar por cada cuatro dosis trescientos euros.
Dice mucho de nuestra era y de nuestra condición que éste sea el fármaco emergente. Dice mucho del mundo que poco a poco hemos ido construyendo. Hemos dejado de pedir el pan nuestro de cada día para vivir al dictado de dioses mucho más humildes y que sin embargo existen y nos dictan los cánones de belleza y la angustia y la tristeza. Hemos dejado de agradecer los dones para arrinconarlos como las montañas de juguetes que les traen los Reyes a nuestros hijos y que algunos de ellos quedan en la estantería o en el armario sin que hayan jugado ni una sola vez. Superar el hambre y la oscuridad fue nuestro apasionante gran reto y hemos conseguido logros que eran inimaginables hace no más de 50 años. El niño que yo fui no conoció el aire acondicionado y ahora me niego a entrar en los restaurantes que no me garantizan una temperatura máxima de 21 grados. Tengo razón, de verdad. No se puede comer ni beber si hace calor, sobre todo en un interior. Tengo razón y es una falta de respeto, un insulto a los clientes y al dinero que vas a cobrarles, no tener una climatización adecuada.
Pero a veces me recuerdo a mí de niño y lo que mi abuela luchó para dármelo todo y me pregunto si el bienestar no me ha convertido en un cretino, en un idiota, justo en aquello que tanto me subleva y reprimo en mi hija cuando detecto el menor indicio. A veces me pregunto si este medicamento para adelgazar o el automatismo con que me he acostumbrado a tantas comodidades que sustituyen el esfuerzo y la voluntad no me están pudriendo por dentro, no me están dejando sin reflejos. Si volviera la escasez por una plaga o una guerra supongo que encontraría la fuerza para proteger a las personas a las que quiero, pero me da la vergonzosa sensación de que no sabría ni por dónde empezar a buscarla
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