El espacio vacío

La Iglesia ha sido en los últimos días profundamente insultada por la extrapolación de una encuesta peregrina y se han publicado cifras completamente desmesuradas. Es verdad que se trata de una mentira dirigida y programada pero también que la Iglesia, y tantas otras instituciones, cuando hay acusaciones y mucho antes de comprobarlas, dejan dramáticamente solos a los acusados. Es el espacio que dejamos y que más que proteger a las víctimas promueve la impunidad de la denuncia falsa. Pasa con los curas, con los políticos, con la pederastia, con la corrupción. Estamos a merced de cualquiera que quiera destruirnos e invente contra nosotros cualquier artefacto, aunque sea la más clamorosa de las patrañas, Cualquier acusación salida de no se sabe dónde puede hundir para siempre tu prestigio y te vuelves tóxico para tu entorno y nadie se atreve a salir en tu defensa. Es cobardía, sin duda, pero hay que admitir que la presión es salvaje. Eres un apestado.

Luego no podemos extrañarnos de que esta misma maquinaria nos pase brutalmente por encima. Y no es porque seamos débiles sino porque no dijimos nada. Lo mismo sucede con las redes sociales. Ocupan en los niños el espacio que dejan los padres. Son algorítmicas, seductoras, penetrantes, pero si estás ahí, hablas cada día con tu hija, es el centro de tu vida, invitas a cenar a sus amigas, te preocupas de estar en la conversación y tratas de entender lo que explican, por supuesto que puedes equivocarte pero tienes muchas más herramientas que cualquier pantalla.

Marine Le Pen es popular en Francia porque este país ha renunciado a un discurso serio sobre la inmigración. Los problemas que tiene Francia son debidos a una fragilidad política, moral y espiritual que por supuesto es francesa pero también europea, y que a todos nos incumbe y que supondrá si no reaccionamos a la destrucción total y absoluta de nuestro mundo libre y la convivencia. No será sólo una destrucción. Será sobre todo una autodestrucción y si somos sinceros tendremos que reconocer que merecemos por nuestra dejadez el escarnio. La señora Le Pen no es la mejor presidenta que podría tener nuestro país vecino, pero los demás le están dejando un inmenso espacio vacío. La señora Le Pen no es consecuencia de una explosión fascista. Es el fin de trayecto del buenismo. Cuando la libertad no avanza, retrocede. El mal ocupa el espacio por el que el bien no lucha. En nuestra era de progreso y bienestar el gran enemigo es la desidia. El problema no es Instagram, Marine Le Pen o el fascismo. La pregunta es dónde estabas tú para cuidar de Maria.