Si Edu Galán me pregunta por un libro que me haya influido me pasaría como a Miguel Tellado. No diría ninguno. Nunca me ha influido un libro. Tengo un acabado repelente, como el teflón. Ni me influye un libro ni me va a captar ... una secta por ser tan profunda como un charco. Cualquier cosa que tenga que ver con la espiritualidad y esas zarandajas también la repelo. Como a esa gente que habla de energías o el cortisol. Váyanse a dar la tabarra a otra mesa. Ahora, me sorprende mucho la temeridad de Tellado por no tener algo preparado para estos casos. Algo preparado para tontos. Que a ver si Patxi López va a ser ahora intelectual. Para estar en contra del prestigio de leer hay que tener un perfil que no es del de Tellado (al que, mira, lecturas, en la redacción de un periódico que no es este llaman Corín). Emilia Landaluce, y lo cuento porque lo ha contado sin dar el nombre, preguntó en una entrevista a un político qué libro pensaba leerse en verano y le dijo: «Espera un momento…». Lo consultó con su asistente y contestó: 'La metamorfosis' de Kafka. Tócate.
El año pasado, el ministro Bolaños recomendó a Tellado en el Congreso que se leyera 'Manual de literatura para caníbales', de Rafael Reig. Y lo enseñó. No entendí muy bien a qué venía la recomendación del, por otra parte, estupendo ensayo, más allá de restregar a Tellado su ignorancia. Estaría bueno que los mejores políticos fueran los que más leen. Leopoldo Calvo Sotelo era un tipo cultísimo, muy leído. Adolfo Suárez lo mismo había calzado alguna mesa con un libro. Y sin ir a presidentes del Gobierno (al menos nacional), pensemos en Fraga, que seguro había leído el triple que todo el gabinete actual. Y no 'La metamorfosis'. Fraga mantenía correspondencia con Miguel Espinosa desde que este publicó 'Reflexiones sobre Norteamérica'. Vale, no soy ajena a la influencia. Cuando se estrenó 'Los puentes de Madison', con Meryl Streep y Clint Eastwood sin parar de fumar, me compré un paquete de Marlboro al salir del cine, todavía llorosa tras la escena mojada del semáforo. Las películas, sí. Pero los libros, no.
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