Una muda

Por otro lado, es verdad que andamos siempre con la matraca de si uno se santigua o no como vecinas cotillas. Por ejemplo, el Rey Felipe ante el féretro de la Reina de Inglaterra en Westminster Hall (la Reina, no). O recordemos aquel 25 de julio en Santiago cuando también se resaltó que la Reina no había hecho la señal de la cruz. Que les den. Es un acto de respeto ir a una ceremonia religiosa y, a la vez, un acto de libertad no hacer el gesto ritual. Que somos un Estado no confesional. Católico culturalmente, desde luego. Lo suficiente como para no pensar que santiguarse es una superstición. Culturalmente católicos, pero, al menos en mi caso, siempre sorprendidos con esas americanas jóvenes que suben de rodillas la Escalera Santa en San Juan de Letrán. Claro que también con los que veo arrodillados en Ferraz. He pasado tantos años de mi vida arrodillada por obligación en el colegio, por misas, rosarios y castigos, que hacerlo porque sí me sorprende.

Uno de los chistes de Woody Allen: «No creo en la vida después de la muerte, pero llevo una muda limpia por si acaso». Lo que me resulta curiosísimo es toda esa gente que espera la inmortalidad cuando no sabe qué hacer un sábado. Que gente que se aburre crea en la vida eterna quizá sea mala idea. En todo caso, la religión siempre está ahí ,incluso para los ateos. Ya lo decía P.J. O'Rourke: «Lujuria, orgullo, pereza y gula. O, como se les llama hoy en día, «explotar mi sexualidad», «aumentar mi autoestima», «terapia de relajación» y «recuperarse de la bulimia»». Claro, cómo santiguarse no va a ser considerado superstición.