vivimos como suizos
La borla
Si no me cuentan cosas nuevas de Concha Piquer no me divierto. Y van y me las cuentan
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Iniciar sesiónEmpieza la novela de Manuel Vicent sobre Concha Piquer en las vísperas de la Navidad de 1924 en Nueva York. Una chica en busca de una farmacia. En el bolsillo del abrigo, «una receta firmada por un médico y pagada a precio de oro» para ... comprar vino. Ay, 'Suspiros de España'. Ay, suspiro por el cliché. Me gusta tanto el libro de Vicent sobre Jesús Aguirre ('Aguirre, el magnífico') que algo que no sea deslumbramiento página tras página me sabe a poco. Dice Vicent que en este tipo de libros (también en el de Carmen Díez de Rivera), el personaje pone la carne y él hace el caldo. El problema con Concha Piquer es que todo Concha Piquer es un lugar común. Qué nos pueden contar que no sepamos. Que no haya escrito Martín de la Plaza en su biografía no autorizada, que no haya contado o escrito Concha Márquez Piquer en 'Concha Piquer: Así era mi madre'.
'Retrato de una mujer moderna' (Alfaguara) es toda esa Concha Piquer que conocemos. La del hombre muerto en Nueva York, la de los baúles con ropa de cama y aceite Ybarra, la de dígale a Su Excelencia que voy a merendar, la de la penicilina que le facilita Evita, la de no voy a aceptar un premio que ya han dado a «Pelé, Melé y el chiquillo de la Bengalé», la de si no gano dinero no me divierto...
También la del día que conoció a Rafael de León. Pero resulta que este tópico nació de una entrevista de Manuel Vicent a Concha Piquer en su casa de la Gran Vía (también estaba Antonio López como fan). Ya saben el sucedido. 1931. Camerino del teatro de la Exposición, de Sevilla. «¿Se puede?». «Pase». «¿Usted es Conchita Piquer?». «¿Y usted es maricón?». «Huy, ¿en qué lo ha notado?». «En la borla». Se presentó como soldado raso con una borla que le bailaba en la gorra a la altura de la frente. Y eso que publicó Vicent acabó con la amistad de ambos artistas porque Rafael de León no entendió el tono feliz con que lo había contado Concha Piquer. Vicent la llamó para la presentación del libro donde estaba esa conversación. «No voy a ir porque esa entrevista ha hecho que el hombre al que yo más he querido en mi vida se haya muerto sin dirigirme la palabra». Del disgusto estuvo en la cama una semana.
Y hay otra cosa de la Piquer en el libro que no es cliché. El Príncipe de Asturias de las Artes de 1987 fue para Chillida. El jurado estaba formado por Serrat, Gutiérrez Aragón, Antonio López, Marsillach, Pilar Miró, Vicent. Y Pedrol Rius de presidente. López dijo a Miró que el premio debía elegir artistas enraizados en la cultura popular. «Dime un nombre». «Concha Piquer». El acta ya estaba redactada con Chillida, pero no firmada. Y se discutió. El único renuente era Marsillach. Quedó Chillida. Pero ese jurado en el 87 da para una película. De ese día surge el libro de Vicent. Y sí, puede que Concha Piquer sea un lugar común. Tan lugar común como lo mejor de España.
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