la tercera
Bolivia vuelve a ser Bolivia
La estable Bolivia, desde 2009, vuelve a reencontrarse con la Bolivia inestable de siempre
Las tiranías de la innovación educativa
Edificante
Rogelio Núñez Castellano
Bolivia ha sido históricamente sinónimo de debilidad e inestabilidad institucional, salvo cuando se han forjado hegemonías de tipo caudillista (los 'caudillos letrados' del siglo XIX), de partido (el MNR en la segunda mitad del siglo XX) o a través de liderazgos carismáticos (Evo Morales) apoyados ... en una amplia urdimbre de movimientos sociales (el Movimiento al Socialismo –MAS–). Bolivia –un estado tapón 'inventado' en el siglo XIX, cuyo nombre rinde homenaje a Simón Bolívar– ha sido más conocido por ser el país de las «45 revoluciones por minuto» (allí murió el Che Guevara buscando crear nuevos Vietnam) o por sus perennes golpes de estado. Una nación que ha buscado sin éxito la estabilidad institucional y conformar una identidad nacional en medio de numerosas tensiones internas entre el Norte (La Paz) y el Sur (Sucre) en el siglo XIX y XX y entre el Oriente (sobre todo el departamento de Santa Cruz) y el Altiplano, en la actualidad. La última vez que este cúmulo de tensiones condujeron al país cerca de la guerra civil e incluso pareció posible el triunfo del separatismo oriental (la «media luna oriental» formada por los departamentos de Tarija, Pando, Beni y Santa Cruz) fue en 2003-2009. De esa coyuntura emergió la última hegemonía, la de Evo Morales (2006-2019).
El éxito del régimen de Morales convirtió a su partido –el MAS– en hegemónico frente a una oposición desunida y sin proyecto alternativo. Además, Morales tuvo el viento de cola: el carisma del mandatario y la ortodoxia económica de Luis Arce (su entonces ministro de economía) –alabada hasta por el FMI– estuvo acompañada de un periodo de bonanza gracias a los elevados precios del gas. La nacionalización de los hidrocarburos en 2006, impulsada por Morales, aumentó los ingresos estatales del 18 por ciento al 82 por ciento y Bolivia obtuvo ingresos extras entre 2006 y 2019 de más de 38.000 millones de dólares.
El dominio del evismo pareció debilitarse con el fin del periodo de prosperidad económica desde 2015 y por la escasa prudencia de Evo Morales quien fue capaz de reelegirse en 2019 pese a que había perdido un referéndum en el que buscaba la aprobación ciudadana para seguir en el cargo. En aquellos sucesos de 2019, ante la oleada de protestas, los militares 'aconsejaron' que Morales renunciara. Un precedente de intervencionismo militar en política que parece seguir vigente en parte del ejército. El breve derrumbe del masismo (2019-2020) evidenció que sin el Evo y sin el MAS era muy difícil alcanzar la gobernabilidad: el espíritu de venganza política de la presidenta Jeanine Áñez puso en bandeja el regreso al poder del MAS en las elecciones de 2020.
Evo, en el exilio, diseñó una estrategia perfecta: apoyó a un hombre moderado con vitola de mago de la economía, como Arce, para que fuera el presidente en su ausencia acompañado como vice de un líder indígena, David Choquehuanca. Y el resultado es que el MAS volvió a ser hegemónico en 2020: Arce, quien resultaba atractivo para las clases medias, ganó con el 55 por ciento, casi 30 puntos de ventaja con respecto al siguiente candidato más votado.
La presidencia de Arce (2020- ), sin viento económico a su favor, ha demostrado la verdad de ese principio político que dice que los 'presidentes títere' acaban alcanzando vida propia y terminan «matando al padre», a quien le maneja. Con una oposición hundida (tan solo el departamento de Santa Cruz supone cierto contrapeso al poder masista), el partido oficial acabó por romperse en dos alas (la de los seguidores de Evo y la de los de Arce) que llevan haciéndose la guerra durante los últimos años. Unos buscando la reelección de Arce y otros el regreso al poder de Morales.
Con ese bagaje histórico y reciente han llegado los sucesos del 26 de junio: el comandante general José Luis Zúñiga, rabiosamente antievista, declaró que las FFAA no permitirían el regreso de Evo al poder. Arce, tan o más antievista, sin embargo destituyó a Zúñiga por haberse entrometido en temas ajenos al ámbito castrense. Y la respuesta fue el intento golpista de Zúñiga (mal calculado y peor ejecutado). Fue más una pataleta del general que no tuvo eco en el resto de las FFAA y encontró la unánime respuesta en contra de la población, del oficialismo y la oposición tanto la tradicional como el propio evismo. Un evismo que ha empezado a esparcir la idea de que todo fue un montaje para elevar la popularidad de Arce a quien acusa de débil y que, sin embargo, ante Zúñiga se mostró aguerrido y valiente, capaz de enfrentarse personalmente al golpista. Un golpismo que vuelve a fracasar como lo hizo el de Pedro Castillo en Perú en 2022. De hecho, ahora las democracias mueren de otra forma: no sacando los tanques a la calle sino conquistando el poder por la vía electoral y una vez dominado el estado acabar con las libertades y la alternancia (modelo Nayib Bukele).
La estable Bolivia, desde 2009, vuelve a reencontrarse con la Bolivia inestable de siempre. En primer lugar, porque la pugna por el poder entre Arce y Evo ha sido desde 2020 y va a ser en el futuro muy dura, con tintes guerracivilistas. El golpe debilita aún más a Arce quien, pese a todo, es el referente de los sectores antievistas en el masismo. La ruptura del MAS –el único partido capaz de articular al país andino– es sinónimo de tiempos de compleja gobernabilidad y de profundización de la polarización tóxica: Evo es odiado o amado, sin posibilidad de términos medios, y él mismo atiza ese sentimiento con respecto a la 'derecha'.
Además, a la espera de un futuro 'boom' del litio, el conocido (y falso) «milagro económico boliviano» ha dado paso a tiempos de escasez y poco margen de acción para cualquier gobierno para desplegar las medidas sociales que explican la popularidad de Morales. En una década las ventas de gas natural cayeron un 68,7 por ciento en valor y un 58,6 por ciento en volumen. Las ventas se desplomaron de 6.011,1 millones de dólares a 1.880,4 millones. YPFB, convertida en la caja de donde obtener fondos para los gobiernos, ha bajado en cuanto a producción por falta de inversiones. Ahora la falta de dólares y combustibles ahoga a la economía.
Bolivia, de esta forma, vuelve a ser Bolivia. La Bolivia de la magnifica película de George Roy Hill, 'Dos hombres y un destino', donde Paul Newman (Butch Cassidy) acaba convencido por Robert Redford (Sundance Kid) para viajar desde EE.UU. a un exótico país de grandes oportunidades. Una Bolivia repleta de plata pero que acaba decepcionando a los dos bandoleros. Ambos, solos y aislados, finalizan su aventura acribillados: el sueño boliviano, hundido en la realidad andina. Algo similar parece estar ocurriendo ahora cuando Bolivia ha pasado de ser un ejemplo de «milagro económico» a recaer en los viejos problemas estructurales que, a lo largo de su historia, han lastrado al país.
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