Arma y padrino
Cositas nazis
He leído y releído el discurso del vicepresidente J. D. Vance en Múnich buscando. Lo he impreso, subrayado y anotado en los márgenes. Lo he vuelto a leer. Me parece un buen discurso. Me parece buena idea defender la libertad de expresión, buena idea ... defender el diálogo, buena defender los principios de la democracia, defender los valores civilizatorios compartidos. Y me parece una muy buena idea escuchar a los que piensan diferente. He eliminado esas buenas ideas, rayando encima con un rotulador gordo y negro (con perdón), para despojar al texto de todo lo susceptible de ser aceptado e incluso loado, en una suerte de 'tachismo' político, si se me permite el invento. Porque quería indignarme fuerte, sentirme insultada, para ser buena patriota. Y ver por fin todo la maldad que contiene, las cositas nazis, y así no ser ultra ni populista, ni propagandista del intervencionismo ni de nada. He eliminado también el inicio, porque decía que le gustaba Múnich y su gente. Fuera. Y la parte en la que le conmueve el atentado del día anterior y muestra su apoyo y su cariño a las víctimas, porque resultaba empático y pertinente. Fuera también. Y ya me han quedado dos párrafos reprochables: en referencia a las declaraciones del excomisario europeo Thierry Breton en las que este advertía de que en Alemania podrían también anularse las elecciones, como en Rumanía, Vance afirma que «estas declaraciones arrogantes resultan chocantes para los oídos estadounidenses». Estoy de acuerdo en que son arrogantes, y a mí también me resultaron chocantes por cuanto contenían de indisimulado totalitarismo, pero no creo que resulten chocantes en Estados Unidos, con aquellos mimbres. Sobre todo si tenemos en cuenta que poco después decía que «hay un nuevo sheriff en la ciudad» para referirse a Trump y su mandato (que también lo he dejado sin tachar). El final, la cita de Juan Pablo II («no tengan miedo»), tampoco la he quitado. Porque me parece poco elaborada para considerarla apotegma, un poco «pues ya hemos cenado». No me resulta, precisamente, la frase brillante que sintetiza un pensamiento complejo desbordando inteligencia. Pero se tratan ambas, como ven, de una cuestión estilística. Pues nada, ya lo siento, el discurso me sigue pareciendo impecable: un sereno, necesario y desprejuiciado alegato en defensa de la libertad de expresión y de la democracia, en un momento en el que esta, en buena parte de Europa, se encuentra instrumentalizada por demócratas sin ideal democrático. Y para reconocer una buena idea no es necesario, disculpen la obviedad, ni sentir simpatía por quien la expone ni por la ideología con la que comulga. Y no se desprecia aunque la defienda un miserable. Lo contrario sería tan tonto como dejar de atarse los cordones de los zapatos, aun a riesgo de pisarlos y caer de bruces, porque cuentan que Adolf Hitler se cordaba bien las botas. Vance ha cometido el error de pronunciar un discurso tratando al ciudadano como adulto, no como al párvulo que prefiere la mentira fácilmente digerible, aun siendo a todas luces falsaria, que una verdad incómoda pero nutritiva. Que pidan las sales.