tribuna abierta
El K-pop y la eterna pregunta por el mal
Las microdecisiones nos configuran moralmente, pero no nos definen por completo. Siempre cabe la redención
Raquel Cascales
A primera vista, 'KPop Demon Hunters' (Kang y Appelhans, 2025) podría pasar por una película de 'anime' adolescente, un entretenimiento más de la sociedad del espectáculo, pero detenerse en esta capa superficial sería quedarse corto. Tras ritmos pegadizos, la película esconde el auge de la ... cultura coreana, una llamada de atención sobre la situación psicológica de nuestra sociedad y, por último, una reflexión filosófica sobre las elecciones vitales. En el nivel inmediato, la película ofrece un despliegue visual y sonoro propio del K-pop: coreografías milimétricas, estilismos llamativos y un ritmo sin tregua. Las protagonistas encarnan distintos perfiles: guerreras con rasgos diferenciados, simpáticas y divertidas, capaces de conectar con públicos muy diversos. La película, de hecho, ha tenido una buenísima acogida en Occidente, pese a que no renuncia a una estética y simbología profundamente coreanas. Y, precisamente, ahí radica el éxito del 'soft power' coreano. Este país ha conseguido que lo situemos en el mapa gracias al consumo de su industrial audiovisual (es evidente el auge de los 'Korean Dramas'), así como de su industria musical. A través de ellas se proyecta una imagen vibrante y atractiva al mundo, que se expande a otros ámbitos como la cocina o la belleza. No obstante, esta estrategia tiene su reverso: la explotación de los 'idols', la sexualización de menores y la presión inhumana de un sistema que convierte a sus artistas en productos.
La película no esquiva del todo estas tensiones y recoge también críticas sociales universales: la exigencia de las redes sociales, los fenómenos idolátricos de masas, la pugna entre tradición y modernidad (tan presentes en la obra de Miyazaki) o la brecha social entre ricos y pobres, retratada con crudeza en 'Parásitos' (Joon Ho, 2019). Pero la pregunta persiste: ¿es esta capa suficiente para explicar que 'KPop Demon Hunters' se haya convertido en la película más vista de la historia de Netflix y que sus canciones lleven semanas encabezando las listas globales?
Aquí la historia toca una fibra antropológica y psicológica. Todos llevamos heridas, asuntos no resueltos que reaparecen sin que podamos dominarlos del todo. La película plasma con acierto cómo, en una sociedad que exige perfección, mostrar la vulnerabilidad es un riesgo, ya que podemos salir todavía más heridos. El caso de la protagonista, Rumi, resulta paradigmático. Aparentemente no tiene ningún trauma, aunque en su cuerpo latan cicatrices. Está convencida de que, cuando el exterior esté en orden, sus problemas desaparecerán. Sin embargo, como ya ocurre con otros héroes (de Hércules a Neo o Frodo), el camino pasa por la aceptación. Solo aquellos que consiguen atravesar sus propios abismos pueden acompañar a los demás en el suyo. En el resto de personajes la cuestión se agrava, pues muestra cómo incluso pequeñas inseguridades pueden convertirse en pensamientos obsesivos machacantes («lo hiciste mal», «no eres suficiente») que aíslan y convierten el interior en un infierno.
Lo mismo ocurría en la cuarta temporada de 'Stranger Things': el monstruo se alimentaba de las pesadillas íntimas de los protagonistas, agrandándolas y atrapándolos hasta desear la muerte. La salida, como en esas series, no está en la autosuficiencia, sino en la amistad. Los amigos rescatan continuamente cuando acogen nuestras cicatrices. Y esto es cierto en la adolescencia y siempre. En un mundo que siembra odio, polarización y desunión, esta película recuerda el poder de la unión.
Mientras Occidente ha tendido a considerar el mal o el bien como construcciones sociales, las narrativas coreanas vuelven a poner sobre la mesa lo que nos jugamos en esa distinción. En 'El juego del calamar', el mal aparece en su forma más descarnada: violencia, crueldad, desesperación. En 'KPop Demon Hunters', en cambio, el mal es atractivo, seductor y fascinante, hasta rallar lo idolátrico, como se escucha en la canción 'Your Idol'. Frente al mal no existe neutralidad moral y hay qué decidir de qué lado queremos estar. Cada elección configura quiénes somos. Tanto en la serie como en la película se les recuerda, de formas distintas, a los personajes: «Tú no eres esa clase de persona». Las microdecisiones nos configuran moralmente, pero no nos definen por completo. Siempre cabe la redención. De ahí que ambas producciones audiovisuales concluyan con un sacrifico: personajes que entregan su vida para salvar al otro.
El mal muestra muchos rostros (violencia radical o fascinación estética), pero el bien no tiene un rostro definido. Se manifiesta de forma frágil y sutil en la amistad, en la unión, en la sociedad que cuida, en aquellos que tratan de hacer la vida más amable a los demás.
es profesora de Ética y Estética e investigadora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra
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