Perdigones de plata

El último trago

La última copa, ese trago final, siempre fue un camelo destinado a sosegar la conciencia

Comegambas y zampabollos (17/7/2023)

Mentiras (14/7/2023)

Al caminar el sol te aplastaba contra el asfalto. Y ahí, en la esquina, una terraza sombreada albergaba una pandilla de cincuentones de aire curtido, gente de esa que destila el peligro de los caimanes hambrientos. Sus ojillos, radiografié al acercarme, reflejaban el tono chisposo ... del relax de los que tienen la tarde libre, la noche libre, acaso la existencia libre. Sus ademanes pausados, mientras charlaban, revelaban la media modorra etílica que acompaña los trances tras una copiosa comida. Qué felices se les veía, a esos tíos. Y qué envidia sentí porque me largaba a comerme un marrón de recados infectos…

Justo cuando atravesaba su posición, uno de ellos, cuatro pelos sobre la testa y gafas de diseño, se levantó como impulsado por la picadura de un alacrán y exclamó la frase, la gran frase, la sentencia formidable que desde los noventa no escuchaba: «¡Me tomo la última y me voy!». Me conmovió la convicción de su voz. Me hubiese gustado abrazarle, pero entre mi sudor de caminante y el suyo de bebedor veterano no era plan. Sin embargo, ese sobado lema, ese grito de guerra inmortal («me tomo la última y me voy», qué cosas), se me antojó tan glorioso que casi le digo que le invitaba yo, pero tampoco era plan porque iba con cierta prisa y, además, el cupo de amigos amantes de la frasca lo tengo cubierto. Y la de veces que hemos pronunciado, en los viejos y buenos tiempos, que diría el Frank Miller de «Sin City», lo de la última y me voy. La última copa, ese trago final, siempre fue un camelo destinado a sosegar la conciencia. La última copa, cuando la farra vibra, es una mentira, bueno, perdón, un propósito que luego se rectifica según las circunstancias. Tres horas después, solucionada la milonga que malgastó mi tiempo, regresé por el mismo camino. Por supuesto volví a toparme con la misma cuadrilla, incluido el que había afirmado muy trompetero lo de «¡me tomo la última y me voy!». Iban más pedo, claro. Acaso bebían para celebrar que no les habían pringado en una mesa electoral. Seguro que era eso.

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