Perdigones de plata

El rebaño

Cuando surcamos los aires, en general, es porque no tenemos otro remedio, no por maligno placer polucionador

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Les encanta guiarnos, pastorearnos, teledirigirnos por el camino que ellos disponen. Nos toman por un rebaño de borregos, por una pandilla de focas amaestradas, por un banco de sardinas que busca su ración de plancton. Nos echan el lazo para que ladremos y aullemos como ... los marines pelones de las películas, ese «señor, sí señor», que jalona su entrenamiento de obediencia ciega. El avión es malo, el tren bueno. Usted contamina con su coche, con su aliento, con su sartén, con su sudor, con su presencia. Usted contamina desde que se levanta hasta que se acuesta. Usted pone el planeta en peligro. Lo de China, en cambio, es maravilloso fulgor industrial teñido de bonhomía maoísta.

La ministra María Jesús Montero habla de «cambiar los hábitos». Pero somos nuestras circunstancias, nuestros hábitos y nuestras manías. Mis hábitos los he depurado desde que tengo uso de razón. Procuro ser educado con el prójimo, funciono sin fastidiar a nuestros semejantes. Pago mis impuestos (pero qué miedo, lo que cuenta Chicote), derramo propina en taxis y restaurantes y doy los buenos días al quiosquero. Por mero sentido del pudor no acudo hasta las urgencias del hospital cuando tengo un resfriado, algo de tos o incluso una fuerte gripe porque sospecho que, frente a los que abusan y colapsan los centros sanitarios al menor síntoma, hay gente que precisa de verdad que la atiendan con urgencia. Intuyo que soy un tipo normal, más o menos correcto, aseado, les confieso que el logaritmo neperiano del bachillerato reventó mi sesera, por eso sólo pido, por favor, que me dejen en paz. Ahora, proyecto cósmetico, maquillaje para disimular, pretenden cargarse unas pocas rutas aéreas. Evito los aviones por las colas y porque los aeropuertos me generan una extraña indefensión, con sus tiendas, sus bares, sus cartelitos. Supongo que no soy el único. Cuando surcamos los aires, en general, es porque no tenemos otro remedio, no por maligno placer polucionador. Los amantes del Falcon brindan lecciones a la plebe. ¿Están de broma o qué?

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