Perdigones de plata

¿Quiere sentarse?

Como vuelvan a ofrecerme un asiento les prometo que me enchufo más Botox que la Kidman

Salí del restaurante y el calor me arreó un fostio que ni el mejor Perico Fernández. Pero el cochino vicio del tabaco es así de cruel. Tras zampar, necesitas la ración de nicotina para completar el ciclo. Un joven se sentaba sobre un taburete de ... la terraza. «Señor, ¿quiere usted sentarse?». Me emocionó su exquisita educación. «No, no, muchas gracias muchacho», me apresuré en contestar. Y de verdad que agradecí su gesto. En estos tiempos tan ingratos resulta gratificante que un mozo se preocupe por la salud ajena. Pero luego, se conoce que una vez activadas las meninges gracias al tabaco, sentí cierta tristeza al comprobar que ya he alcanzado la fase que bien podríamos denominar como: «Señor, ¿quiere usted sentarse?».

La rabia y la indignación sustituyeron a la tristeza. ¿Acaso me confundió con una abuela en el autobús? ¿Quizá con una embarazada de ocho meses que camina agotada y necesita una pausa? ¿Tal vez con un vejete fundido por un golpe de calor que lo pasaporta? Conste que calzaba mis zapatillas Converse y lucía mis tradicionales pantalones cortos de verano. Sin embargo, pese a gastar lamentable aire de 'viejoven', algo detectó aquel arrogante pollo para acudir en socorro del señor mayor. He domado las ansias de alimentar palomas los domingos por la mañana. Cuando veo una obra renuncio a contemplarla no sea que me entren aspiraciones de capataz amateur y me ponga a dar órdenes. Vigilo mucho para no caminar algo chepudo con las manos entrelazadas en la espalda. Procuro no musitar chorradas frente al careto de un bebé cuando me cruzo con un carrito. Tampoco pellizco los mofletes de la chavalería mientras le suelto a los padres lo de «¡qué guapo está, pero qué guapo y cómo ha crecido!». Y aún así, el otro día un joven me ofreció su taburete. El transcurrir de los años, ay, nos estraga. Como vuelvan a ofrecerme un asiento les prometo que me enchufo más Botox que la Kidman. A mí no vuelve a tocarme los huevos un niñato grosero que no conoce ni a los Sex Pistols. Hasta ahí podíamos llegar.

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