Perdigones de plata
Un plan sencillo
Lo que se nos escapa, al menos a mí, es una triquiñuela tan elemental como la del sindicalista
Cornetas y tambores
La vida privada
Esta no la vi venir. Desde luego que no. En consecuencia me siento bastante 'pardelas'. Mira que algunos malvados gastan colosales energías en los asuntos que manan de las trampas de la pasta, en los trapicheos propios de cuellos blancos de manos sucias, organizando sociedades ... pantalla y resto de ingeniería financiera allá en Panamá o en las Bahamas, pero luego, irrumpe el genio hispano al discurrir un truco sencillo y yacemos atontolinados ante esa magia que no es sino genuino arte.
No conviene romperse la cabeza, lo simple suele funcionar. Observemos a ese bravo líder sindical de Tragsa que, un día antes de la jubilación, logra que le despidan para cobrar suculenta indemnización. Este arrebato mangurrino me ha descalabrado. Jamás se me habría ocurrido un ardid así de limpio, de básico, de lucrativo, de silencioso, de golosón. Claro que uno llega hasta donde llega. Puedo entender las farras de señoritas con taxímetro en la ingle donde el polvo blanco irriga las napias. Alterné con yupis noventeros cuando joven y me narraban orgullosos aquella juergas. Y, además, como vimos 'El lobo de Wall Street', nuestra sesera devastada por los últimos acontecimientos asimila a la perfección los aquelarres grotescos que estallan en Teruel o Nueva York. Lo que se nos escapa, al menos a mí, es una triquiñuela tan elemental como la del sindicalista. Qué bien hilaron la treta. Uf-uf. Plis-plas. Toma-toma. Dame-dame. Sin duda esto obedece a un plan maestro, algo así como que el señor sindicalista, con el 'flus' recolectado, obsequió a sus hijos con viajes y regalos, de ese modo el dinero fluye y se integra en eso que llaman economía circular. Sí, debe de ser eso. Lo que no me cuadra es que también se apalancó el coche a precio de saldo. Igual era para gozar de una estimulante ruta de paradores. El gallardo sindicalista, por supuesto, se deslomó en favor del proletariado desde su ingrato puesto de liberado. No trincar, pues, un pellizquito cuando el retiro hubiese sido una injusticia atroz. Ustedes y yo lo sabemos.
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