'¡Hola, pueblos!'

Aldama estaba en todas partes, el tío. Y con medalla incluida de la Guardia Civil. Lubricaba recio, este hombre, y ahí, junto a Teresa Ribera, Begoña Gómez y el de Globalia, creo, que me pierdo, trataron de alumbrar un tinglado para revitalizar los poblados moribundos mediante ese turismo muy a lo cowboy de ciudad pero sin Jack Palance ni Billy Cristal. Usted paga, visita un pueblo singular, igual le encasquetan una boina, le suministran una azada, le llevan a ordeñar a una vaca (eso siempre da mucha risa), le muestran un par de cabras y el campanario por si se pone bravo de cubatas y cuando cae el sol le da por despeñar una de ellas. Demasiado postizo, el invento. De todas formas, si antes, los más inquietos del pueblo peleaban por escapar de la claustrofobia rural para asaltar la gran ciudad con sus brillante luces y sus múltiples posibilidades, hoy, a muchos les ha entrado una especie de telele con esto de regresar al pueblo ignorando que poner puertas al campo es imposible. Si todos los urbanitas que narran las excelencias del pueblo regresasen a sus comatosos villorrios, se llenaría la España vacía. No se mudarán, claro, pero quieren que ustedes y yo sí lo hagamos. Hola, pueblos. Hola, Aldama. Sigue cantando tu balada, por favor, que los del campo y el asfalto nos entretenemos una barbaridad con tus trinos.