PERDIGONES DE PLATA

Una familia sagrada

Marcharon a Barcelona con sus dos hijos. Acudían a la manifestación por mero sentido del deber

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ESE padre y esa madre formaron parte de mi pandilla de juventud. Juntos fuimos a buen número de conciertos canallas con Iggy Pop, los Ramones o los Cramps proyectando furiosas descargas eléctricas. En las fiestas posteriores a esos aquelarres nos bebimos hasta el agua de ... los floreros porque, entonces, el mundo era así de exagerado y nosotros pretendíamos, quizá algo equivocados, disfrutar de los placeres más o menos prohibidos. El tiempo nos serenó. Evolucionamos. Adquirimos responsabilidades. Aprendimos la superioridad del vino sobre los licores fuertes que te abrasan la garganta, el gozo que mana de un punk como Quevedo por encima de la última novela chorra escrita por un escritor que jamás leyó a los clásicos y, también, la satisfacción de escuchar de vez en cuando a un Thelonious Monk o un Count Basie, que no todo van a ser truenos guitarreros en la vida. Les cuento esto para explicarles que, esos amigos, por cierto de los pocos que no se divorciaron tras una guerra sucia, ni son rancios ni carcamales. Conocieron el lado salvaje cuando jóvenes.

El pasado fin de semana marcharon a Barcelona con sus dos hijos. Acudían a la manifestación por mero sentido del deber. Aprovecharon, además, para deambular varios días sobre una ciudad que les encanta. Atravesaron el Barrio Gótico, soportaron la muchedumbre que visita la Sagrada Familia porque sus hijos no la habían visto. Cenaron, comieron, hablaron con unos y con otros. Me encantó esta modalidad de turismo, digamos turismo de manifestación, que practicaron. Imagino que no fueron los únicos. Aquí, salvo algún cafre, qué le vamos a hacer, nadie odia Cataluña, más bien al contrario. Como decenas de miles de otras personas protestaron para que los felones comprueben que la mansedumbre todavía no ha oxidado a buen número de ciudadanos cabales, personas conscientes de lo que nos jugamos con el timo de la amnistía. Por supuesto a Sánchez le importa un rábano, pero es bueno que sepa que, enfrente, hay familias sagradas y genuinas como la de mis amigos.

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