PERDIGONES DE PLATA
Extinción
El repetidor de mi generación era un ser temible que se apalancaba en la última fila mientras lucía colmillo afilado como de veterano de Vietnam. A los repetidores se les respetaba porque eran más mayores y, además, malotes. Se mostraban encantados de su condición ceporra ... y eso despertaba admiración. El que estudiaba, en cambio, recibía burlas y se le tildaba de «empollón». Con estas tendencias intuíamos, en fin, que España caminaría lastrada en materia de educación. Si a esto le añadimos los sucesivos planes educativos empeñados en penalizar la excelencia y en promocionar la mediocridad, el resultado es el actual, o sea unas aulas que, salvo excepciones, diseñan zoquetes en serie.
De repente, ya no encabezamos la lista europea de los repetidores. El repetidor, pues, es una especie en extinción. No los encontramos en nuestro país, pero no porque a la mocedad le haya trastornado un raro virus que le obliga a hincar los codos bajo el sensual zumbido del flexo, sino porque aquí se puede superar el curso incluso con una fértil cosecha de calabazas. Por fin obtienen las cifras que les permiten inflar el buche de orgullo, aunque en realidad, de este modo tramposo, tan sólo han retorcido la realidad. En efecto, existe una vida real y luego una fachada de falsa felicidad de red social y de estadísticas mentirosas que contribuyen a seguir anestesiando a la población. En mi instituto, ignoro qué clase de autonomía disfrutaba, impusieron una regla: el que repetía pasaba a estudiar en el horario nocturno. Aquello causó un efecto inmediato que nos estimuló sin necesidad de Centraminas: el de apretar el ojete para aprobar. Hoy sucede lo contrario. Sin ningún esfuerzo superas el trance temporada tras temporada. Somos los mejores. Por arte de magia desaparecen aquellos repetidores con faz de matón del mismo modo en el que maquillan el número de parados gracias al milagro de los fijos-discontinuos. Nos ofrecen balances de terciopelo azul que distorsionan nuestro paladar y nos estamos enganchando a ese chute dulzón.