Perdigones de plata
Entretenimientos puticlubescos
Lo que ignoro es si aquellas fieras militaban en el partido que ustedes imaginan
Feijóo desencadenado
Perder peso
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Iniciar sesiónPor estas fechas desembarcábamos en el pueblo unos cuantos chavalines de la gran ciudad. Los críos de allí nos calaban a la primera. Descubrían al instante que éramos unos pequeños lechuguinos y nada podíamos objetar porque nosotros también conocíamos nuestra petimetre condición al observar ... cómo se movían, cómo hablaban, cómo nos miraban. El contraste resultaba evidente. Por supuesto, y por suerte, ellos nos arrastraban hacia el asilvestramiento. Y así, aprendimos a bañarnos en balsas de riego, acequías, pozas y riachuelos sedientos. Arrojábamos piedras contra el tren (bueno, yo lo fingía porque era bastante cobardón) y luego, cuando las tardes de modorra, violentábamos pisos en construcción para jugar con los ladrillos.
Pero el divertimento más reloco, la verdadera madre del cordero, vino cuando una noche los más veteranos en gamberradas decidieron que lo gracioso era esconderse en el solar que estaba, en las afueras, frente al puticlub de la villa. La Pantera, se llamaba aquel lupanar. Amparados por los escombros y las sombras, cuando un señor acudía hasta la puerta, siempre tocado con su boina, los más lanzados le gritaban: «¡Te he visto, sé quién eres y dónde vives, me voy a chivar a tu mujer, sinvergüenza!». Que unos niños de doce o trece años desplegasen esa picardía, esa perversión tan de crueldad infantil, me maravillaba. Algunos parroquianos huían despavoridos, pero otros nos mandar a tomar por… y entraban tan campantes. Según contaban aquellos amiguetes del pueblo, no era raro que, tras una jornada de labores agrícolas, el hombre, antes de regresar a su hogar para cenar con la familia buscase un desahogo, un reposo, un relax, un tiento, un de esto y de aquello y de lo otro. Aseguraban, aquellos mozuelos espabilados, que esos trances no eran sino tradición. Ahora que tanto se habla de puterío, qué quieren, he recordado aquellas aventuras veraniegas. Lo que ignoro es si aquellas fieras que visitaban La Pantera para amansarse militaban en el partido que ustedes imaginan. También por tradición.
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