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La tercera

Bajo el barro

Cuando perdemos lo más básico recuperamos el pavor propio de las cavernas porque regresamos al salvajismo de antaño, sólo que ya no estamos preparados para la vida asilvestrada, ruda, de pura supervivencia

El Papa Francisco y la literatura

Parcialidad en el TC

Nieto

Ramón Palomar

La noche se alargó hasta que nos venció una desolación absoluta. Sólo entonces, aturdidos, embrutecidos, entristecidos, colapsados por una rotunda incredulidad, nos zambullimos en el lecho para abrazar el insomnio. Soplaba un viento feroz que se filtraba por las ventanas y que presagiaba una tragedia ... colosal, pero no queríamos reconocerlo porque el impacto rezumaba una bestialidad intolerable, impropia de nuestros tiempos de tecnología punta. Las imágenes que contemplábamos no correspondían a un lejano territorio asiático estragado por el monzón. Esta vez el horror, formidable y espantoso, se plantificaba justo a la vera de Valencia, en localidades que todos hemos visitado y donde moran familiares y amigos. Pero lo peor nos acuchilló cuando amaneció. La implacable realidad estrujó nuestras mentes abotargadas por la visión de un paisaje preñado de oscuridad. Los restos de una larga y desigual batalla entre el hombre y el zarpazo de la naturaleza. La pista de Silla, una de las principales vías de acceso a la ciudad, recordaba aquella 'autopista de la muerte' donde yacía la ferralla moribunda de los blindados del Ejército de Sadam, bombardeados por los aviones yanquis mientras huían hacia Bagdad.

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