Perdigones de plata
Atrevida ignorancia
Allá por la prehistoria, remoloneaba en un garito peculiar cuando, de repente, entró un tipo algo bajito pero con cara chunga que esgrimía una escopeta de caza de cañones respetables. «¡Os voy a matar!», gritó. En menos de medio segundo los parroquianos, emulando un 23F noctívago ... , se arrojaron contra el suelo, galoparon hacia el cuarto de baño para encerrarse componiendo una montonera sanferminesca y se colgaron de las lámparas como vampiros. Viví aquello como si mirase una película de Rohmer, o sea muy frío y padeciendo aburrimiento infinito. Recuerdo que apenas me moví de la barra, apoyado muy digno y profesional gracias a mis codos. Aquel matón de talla jibarizada, al observar el desparrame, se asustó y desapareció. Sospecho que no imaginaba causar tanta sensación en tan escaso tiempo. Lo mío no fue el valor que lucieron Suárez, Gutiérrez Mellado o Carrillo, sino una mezcla de reflejos atrofiados y de inconsciencia rotunda.
Algo así me sucede con la guerra arancelaria recién desencadenada. Contemplo las noticias y escucho la avalancha de especialistas que opinan y mi faz adquiere contorno de sepia ultracongelada. Es como si me tragase, sobre el sofá y con mantita incluida, el capítulo de una serie plagada de extravagancias. Detecto formidables nervios en los gobiernos y en los ciudadanos, y conforme aumentan esas muestras de pavor salpimentadas por la trompetería que exige venganza, mayor es la tranquilidad que me empapa. No logro adivinar si viajamos hacia la ruina o si no es para tanto, pero siento que no va conmigo el estado de histerismo general que sacude a la sociedad. Supongo, qué le vamos a hacer, que sigo siendo un inconsciente de atrevida ignorancia. Eso sí, la campaña de «nuestros valores no están venta» y blablabla se me antoja muy cuqui para fortalecer los ánimos descascarillados y fingir que escapamos de nuestro tradicional y confortable letargo como de batracio que hiberna buena parte del año. ¿No están en venta nuestros valores? Como me paguen la hipoteca yo me vendo. Y rapidito.
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