TRIBUNA ABIERTA
El posibilismo de Antonio Garrigues Díaz-Cañabate
El posibilismo de Garrigues sirvió para que España se abriera al mundo metiendo toneladas de aire fresco en un país asfixiado por la autarquía
Rafael Domingo Oslé
La reciente polémica generada en torno al retrato de Antonio Garrigues Díaz-Cañabate en el Ministerio de Justicia nos invita a una reflexión más profunda sobre el valor del posibilismo en la acción política. Ya de entrada porque Garrigues, en sus 'Poemas en la encrucijada ... de Roma', ironizaba sobre los retratos, por convertir a «las personas en personajes» ahorcados por un clavo.
La trayectoria de Garrigues solo se entiende desde el posibilismo. Como posibilista, Garrigues fue muy consciente de que los cambios políticos y sociales no se producen habitualmente de golpe (como la Revolución americana), sino a base de muchos pocos bien programados y ejecutados. Por eso, Garrigues aceptó la realidad política española que le tocó vivir. No le tuvo miedo, ni huyó despavorido. Experimentó esta realidad en profundidad y, precisamente por eso, supo actuar tantas veces con acierto, sin generar fractura ni división. En su posibilismo, Garrigues no fue un oportunista. En sus actuaciones es difícil encontrar un beneficio o interés propio; sí, en cambio, mucha generosidad.
Su marcado posibilismo llevó a Garrigues durante la guerra civil española a proteger y salvar la vida de muchas personas en un Madrid desquiciado, gracias a la ciudadanía americana de su mujer Helen Walker. En tiempos de Franco, el posibilista Garrigues consiguió, como embajador en Estados Unidos, que los entonces príncipes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofia, entraran por la puerta grande en la Casa Blanca y fueran recibidos por el presidente Kennedy. Como embajador ante la Santa Sede, Garrigues contribuyó a la aprobación de una ley de libertad religiosa en una España nacionalcatólica en la que la libertad religiosa todavía sonaba a protestantismo de baja alcurnia.
El posibilismo de Garrigues sirvió para que España se abriera al mundo metiendo toneladas de aire fresco en un país asfixiado por la autarquía. Garrigues facilitó la inversión de capital extranjero y contribuyó a modernizar el país a través de una clase media amplia y consolidada, sin la cual la democracia no hubiera sido posible. Por último, Garrigues puso toda su potencia posibilista al servicio de la monarquía, que fue decisiva para instaurar la democracia en su España.
En su posibilismo, Garrigues no fue original, pero sí un excelente exponente de su tiempo. Él sabía que, después de la Segunda Guerra Mundial, Europa se había instalado en el posibilismo político. El proceso de integración europea fue una obra maestra de grandes posibilistas como Schuman, Monnet, Adenauer o De Gasperi. La caída del Muro de Berlín no hubiera sucedido sin Gorbachov, otro posibilista, como lo fue también Juan Pablo II, a quien mucho debe el proceso de democratización de Polonia. Nuestra Transición democrática debe situarse en este marco posibilista europeo, en el que Garrigues brilla con luz propia. En un momento rupturista de la vida política española, alejado de la concordia de la transición, no sorprende que se haya atacado la figura tolerante de don Antonio. Y es que la burda intolerancia del rupturismo no soporta la elegante tolerancia del posibilismo.
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