tiempo recobrado
A la sombra de una higuera
Me gusta el olor de los higos, hogaño a punto de madurar, un aroma tenue y sutil que evoca mi infancia
Vuelva usted mañana
Baroja, una lectura de verano
El final de las vacaciones de verano produce una sensación de melancolía. Las jornadas se acortan, el aire parece más liviano y los atardeceres rojos tiñen de nostalgia el crepúsculo. Los últimos días de agosto son la metáfora del transcurso imparable del tiempo y ... de la brevedad de la vida. Todo se acaba, todo es efímero.
Suelo pasear en Bayona por el camino que rodea el castillo de Monte Real, donde hay uno de los más bellos Paradores del país. Antaño era conocido como Monte Bou porque allí pastaban los bueyes. Está en un promontorio que se alza sobre el océano, al que la gente acude para ver ponerse el sol bajo el horizonte. Al otro lado, está América.
Hay en ese paseo una vieja y enorme higuera bajo cuya sombra acostumbro a sentarme. Me gusta el olor de los higos, hogaño a punto de madurar, un aroma tenue y sutil que evoca mi infancia. La higuera es un símbolo de prosperidad y fertilidad, según recoge el Libro de los Reyes.
Existe un viejo refrán que reza: «A la sombra de la higuera, ni te sientes ni te duermas». Me contaron que desprende efluvios malignos, algo que no suscribo porque he echado algunas siestas bajo el generoso cobijo de este árbol, cuyas frondosas ramas protegen del sol al mediodía.
Los higos me parecen un manjar exquisito, su sabor embriaga y tienen efectos benéficos por sus sales minerales y sus vitaminas. Recuerdo que, cuando era niño, se vendía en las tiendas de comestibles el pan de higo, mezcla del fruto desecado y almendra molida. Ni la magdalena proustiana podría evocar mejor el tiempo perdido que esta 'delicatessen' rural.
El higo está cargado de connotaciones poéticas y simbólicas. Es asociado con frecuencia a los órganos genitales femeninos y, tal vez por eso, algunas culturas lo consideran un signo sagrado. En Grecia y en Roma, el higo significaba la fuerza de la mujer y su poder creador. No recuerdo en que autor clásico se elaboraba una pócima con este fruto para volver locos a los hombres. Octavio Augusto murió al comer un higo envenenado por su mujer, según narra Suetonio.
Las higueras me han dado buena suerte. Mi primer amor y los veranos de mi niñez están vinculados a su sombra y su influjo benefactor. Carl Gustav Jung escribió que hay arquetipos que representan conductas y patrones universales. El higo es un paradigma de la plenitud y la felicidad.
No es casual que el higo fructifique a finales del verano y nos anuncie la llegada del otoño. Estos días me producen una mezcla de nostalgia y tristeza. La conciencia de que el tiempo se acelera y de que todo llega a su final impregna los ritos cotidianos. El presente se escurre como el agua entre las manos, esa maldición asociada al misterioso enigma de la vida. Kierkegaard decía que la existencia sólo se puede entender hacia atrás, pero se vive hacia adelante.