Tiempo recobrado
46 rue Vaugirard
Hace medio siglo, las calles adyacentes estaban llenas de pequeñas librerías que ya no existen
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El número 46 de la rue Vaugirard de París se encuentra frente a los jardines de Luxemburgo. Allí viví unos meses en el otoño de 1975. No tenía más que cruzar la calle para pasear frente a la estatua de Verlaine o sentarme a leer ... en las sillas de la fuente del parque. A unos metros, residían Sartre y Beauvoir.
Ese edificio era de la Asociación de Estudiantes Protestantes de París, por donde pasaron Debray, Bordieu, Badinter y otros intelectuales. En 1980, fue objeto de un atentado de la extrema derecha. Cuando yo vivía allí, no éramos más de 40 personas, que dormíamos en una sala con vistas a un patio interior. Cada residente tenía que hacerse su comida y lavarse su ropa.
Estaba muy cerca de la plaza de Saint-Sulpice, donde hay una gran fuente en la que se encuentran representados cuatro oradores del siglo XVII, famosos por su elocuencia. Me decepcionó ver que ahora hay un mercadillo que tapa su visión. Hace medio siglo, las calles adyacentes estaban llenas de pequeñas librerías especializadas que ya no existen.
Si te sentabas en el café Au Vieux Colombier, podías coincidir con Catherine Deneuve, a la que vi con paraguas y botas altas en un día lluvioso. Allí participé en las reuniones de la célula estudiantil del Partido Comunista de la zona. Era un grupo de románticos que creían que el capitalismo estaba acabado y que la revolución obrera se hallaba a punto de triunfar.
Pasaba mis días en el bosque de Vincennes, donde estudiaba, en las calles del Barrio Latino y en las orillas del Sena. Allí cenaba todas las noches pan, paté de campagne y Camembert con una chica americana, comunista, que se volvió de repente a su país.
Leía con fervor e intensidad a Sartre, Camus y a Deleuze, que era mi profesor. Acababa de publicar su 'Antiedipo', un libro incomprensible. Años después, se suicidó tirándose desde la azotea de su casa al no poder soportar su enfermedad.
Todo esto es hoy pura nostalgia. Me parece tan irreal que pienso que fue un sueño. Aquel París de los 70 es una evocación literaria. Ni las librerías, ni la Cinemateca de Langlois, ni los cafés, ni aquella Universidad en medio del bosque, ni aquella residencia existen.
Acaso la vida no es más que añoranza de lo perdido, de los pasos que resuenan en la memoria por estancias que alguna vez recorrimos, memoria de hojas secas en un estanque vacío. El pasado es un tesoro que engrosamos con el paso de los años.
Anteayer soñé que atravesaba el portón del 46 de la rue Vaugirard, que entraba en los jardines y que me tocaba el hombro la niñera de mi infancia. Al girarme, se convirtió en una anciana. Así de rápido ha pasado la existencia y así de frágiles son unos recuerdos que, como escribió Eliot, son la danza de un tiempo eternamente fijado en un punto inmóvil donde el pasado y el futuro son lo mismo.