TIEMPO RECOBRADO
RTVE, condenada a una crisis permanente
Resulta complicado consensuar entre los partidos un nuevo modelo que garantice la independencia, la calidad y la defensa del interés público
Paralelismos históricos
La ceremonia del adiós
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Iniciar sesiónLa última crisis de RTVE se venía fraguando desde hace meses y acabó por estallar el martes pasado cuando el consejo de administración destituyó a su presidenta y a su director de contenidos. Horas después, el consejo, partido en dos sectores irreconciliables, se reunió para nombrar a una presidenta interina, que ejercerá el cargo durante seis meses ... .
Como sucede con el Poder Judicial, la elección de los consejeros de la televisión pública está determinada por un sistema de cuotas que consiste en que los partidos se reparten los asientos en el consejo. No priman los criterios de independencia y de cualificación sino de afinidad política. Y eso no supone la descalificación de los actuales consejeros, entre los que hay buenos profesionales. El problema es el sistema, no las personas.
Salvo momentos excepcionales, RTVE ha sido gestionada por directivos afines al Gobierno que lo que buscaba era asegurarse el control político. Esto vale tanto para el PSOE y Podemos como para el PP, que han provocado un grave daño a la credibilidad de la institución.
En la época de Zapatero, se abordó una reforma del modelo de la televisión pública con una ley que pretendía acabar con la politización. Pero el intento se quedó en nada. Lo que querían los partidos era seguir mandando y utilizar los informativos como un instrumento de propaganda.
Todo esto se ha traducido en continuos vaivenes en la gestión y en la falta de un modelo en consonancia con lo que debe ser una televisión pública. Apremiados por el cortoplacismo, los responsables del ente se han visto presionados para conseguir audiencia, lo que significaba competir con las cadenas privadas para captar espectadores. Esta carrera ha tenido como consecuencia el deterioro progresivo de la calidad de los programas. A mi juicio, no tiene sentido que el Estado financie RTVE si sus emisiones son indistinguibles de las de la competencia.
El diagnóstico de los males de la televisión pública, y aquí podríamos incluir a todos los canales autonómicos, es relativamente sencillo. Pero lo que resulta más complicado es consensuar entre las fuerzas políticas un nuevo modelo que garantice los tres principios irrenunciables de la televisión pública: la independencia, la calidad de la programación y la defensa del interés público. Fácil de decir y difícil, pero no imposible, de llevar a cabo.
Hay muchos modelos en Europa, pero probablemente el mejor es el de la BBC, que asegura la despolitización y la estabilidad. Pero España no es Gran Bretaña, ni existe una cultura de respeto a la autonomía de los profesionales, ni los partidos están acostumbrados a no influir. La conclusión es pesimista: no existen incentivos en las formaciones políticas para solucionar el problema y eso condena a RTVE a una permanente crisis.
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