TIEMPO RECOBRADO
Hartos de ir al supermercado
Puestos a creer en algo, es mejor creer en Dios que en la declaración sobre la renta
Cisnes negros
La imposible redención
Leo una frase de John Gray que me parece esclarecedora: «Las religiones pueden conquistar el mundo porque la gente está cansada de ir al supermercado». Hartos de consumismo, banalidad y espectáculo, hay signos de que muchos europeos vuelven a sentir el atractivo del mensaje ... cristiano. He observado estos días la fascinación por la figura del Papa Francisco, asociada a su defensa de los más desfavorecidos y a su intento de conectar con los hombres, dejando en segundo plano las estructuras clericales. En cierta forma, ha devuelto a la Iglesia a sus orígenes, a un cristianismo solidario y comunitario, con vínculos estrechos entre los pastores y los creyentes.
Bergoglio acuñó la idea del discernimiento, que consiste en la búsqueda del mensaje de Dios en el mundo a través de la fe y la razón. Una pretensión muy osada que presupone que su voz puede ser escuchada y que la fe interpela a cada ser humano de forma personal, algo que se acerca a Lutero.
Kierkegaard asumía el «credo quia absurdum», atribuido a Tertuliano, pero San Agustín corregía la frase y afirmaba: «credo ut intelligam», que significa que creo para entender. Esta es la filosofía que predicaba el Papa difunto y que conecta con Santo Tomás de Aquino, que propugnaba la compatibilidad de la fe y el entendimiento.
La pregunta es si hoy, a la luz de los avances científicos y de la física cuántica, resulta posible hacer compatible la fe en un Dios creador de la materia con una razón que prescinde de cualquier hipótesis trascendente para explicar el Universo.
No tengo una respuesta a este interrogante ni a muchos otros. Pero percibo esa necesidad de encontrar un sentido a la existencia que vaya más allá del consumismo y del culto al dinero. Hay jóvenes que renuncian a trabajos bien remunerados porque hay valores por encima del éxito profesional.
Los avances tecnológicos y la elevación del nivel de vida no nos han hecho más felices sino más vulnerables. Somos dependientes de un montón de cosas superfluas. Y hemos perdido el contacto con la Naturaleza y el prójimo. Es por ello por lo que necesitamos apoyarnos en algo más que el supermercado, el coche eléctrico y la segunda vivienda.
Puestos a creer en algo, es mejor creer en Dios que en la declaración sobre la renta. Por mucho que intentemos prescindir de la religión, hay en el corazón humano una búsqueda, por no decir una necesidad, de lo absoluto. Aunque sea un espejismo, necesitamos la fe en que nuestra existencia no es el final de todo. Empezamos a estar enfermos de trascendencia en una sociedad hipercomunicada en la que la gente se siente más sola que nunca. Ese desamparo alienta la eclosión de los falsos profetas que se aprovechan de los que ignoran que no hay milagros que conduzcan al paraíso. Las respuestas no están fuera sino dentro de cada uno.
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