tiempo recobrado
La Guerra Fría resucita
Volvemos al mundo descrito por Le Carré, al nacimiento de un poder ominoso que amenaza los valores en los que fuimos educados
El nuevo orden, según Donald Trump
Una claudicación y una humillación para Europa
Llovía aquel mediodía del otoño de 1979 cuando crucé el Muro de Berlín. Un taxi me dejo en la Friedrichstrasse, junto al Checkpoint Charlie. Había una caseta de madera y una barrera. Nadie me pidió el pasaporte hasta llegar al otro lado. A unas decenas ... de metros, un aduanero de la antigua RDA me detuvo con un grito y me ordeno que le enseñara mis papeles. Me hizo una serie de preguntas antes de sellar el pasaporte. Tras obligarme a cambiar unos marcos, me dejo pasar tras advertirme que el visado expiraba a las doce de la noche.
Estuve diez u once horas recorriendo Berlín Oriental. Subí a la torre giratoria de Alexander Platz, tomé una copa de Tokay, merodeé por los impresionantes monumentos de Unter den Linden y acabé en un bar que parecía sacado de una película de espías. Las calles estaban desiertas. Las casas de Berlín Oriental todavía conservaban en sus muros los impactos de los obuses soviéticos. Antes de la medianoche, volví a la algarabía de la Kurfürstendamm, cuyas terrazas y cabarés estaban llenos de gente.
El Muro de Berlín marcaba la frontera entre dos mundos. A un lado, una ciudad viva y ruidosa, exponente del consumismo más descarnado, llena de jóvenes que poblaban destartalados locales, con una vida nocturna que se prolongaba toda la madrugada. Al otro lado, vetustos edificios corroídos por la herrumbre, coches de juguete, comercios sin mercancía, patrullas policiales y miedo en las miradas de la gente. Eso es lo que yo vi hace 46 años.
Los que tenemos una edad y vivimos la época de la Guerra Fría creíamos que todo eso había desaparecido para siempre tras la caída del Muro, cuando en unas pocas semanas la Alemania comunista y los satélites de Moscú se derrumbaron como un castillo de naipes. Alguien habló entonces del final de la historia.
Hoy la historia vuelve a dar un salto hacia atrás. Trump y Putin nos devuelven a un escenario en el que Europa tiene que mirarse en el espejo y preguntarse si será capaz de sobrevivir en un mundo donde ya nada es como era. Imposible evitar la sensación de perplejidad que se produce cuando nos damos cuenta de que todo ha cambiado en un momento. La Europa que nació en 1945 ha dejado de existir.
Un nuevo telón de acero se alza entre la Unión Europea y la Rusia de un tirano que recurre al uso de la fuerza y pisotea los derechos humanos. Un nuevo muro no tan visible como el de Berlín, pero igualmente real, divide a dos mundos. Y de nuevo nos vemos forzados a reaccionar contra una barbarie que llevó los apellidos de Hitler y Stalin.
Volvemos a la Guerra Fría, al mundo descrito por Le Carré, al nacimiento de un poder ominoso que amenaza los valores en los que fuimos educados. Hoy, como antaño, Europa tiene que reinventarse, esta vez, sin Estados Unidos. Es cuestión de supervivencia y de dignidad.
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