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Farsa o tragedia
La idea de que es legítimo exterminar al adversario para imponer una idea gozó de mucho predicamento en los regímenes totalitarios
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A principios de los años 70, cuando yo estudiaba en la Complutense, Alianza publicó un libro que se convirtió en una referencia. Me refiero a 'Reflexiones sobre la violencia' de Georges Sorel, que vio la luz en 1906, tres años después de la aparición ... de '¿Qué hacer?' de Lenin.
Los dos textos coinciden en la misma tesis: defienden la violencia como arma política. El filósofo francés sostiene que sólo es posible acabar con la explotación de la clase obrera por el capitalismo mediante las huelgas revolucionarias y la toma de la calle, instrumentos necesarios para crear un nuevo orden. Hay en Sorel un rechazo expreso de la socialdemocracia, que consideraba un vía inoperante y estéril.
Con algunas variantes, Lenin legitimó el uso de la fuerza para derrocar al zarismo. Creía que la vanguardia bolchevique no tenía otra opción que movilizar a las masas y recurrir a la violencia para instaurar el comunismo, que sólo podría implantarse en Rusia a través de la coacción y de la represión. Nunca le tembló el pulso a la hora de eliminar cualquier obstáculo en su camino.
Las concepciones de Sorel y de Lenin han inspirado a muchos movimientos de izquierda en el siglo XX, sobre todo, en su primera mitad. Pero la derecha tampoco tuvo reparos morales en emplear la fuerza para combatir las luchas obreras o instaurar crueles dictaduras. Sobran los ejemplos.
La idea de que el fin justifica los medios y de que es legítimo exterminar al adversario para imponer una idea gozó de mucho predicamento en los regímenes totalitarios. Como se sabe, Hitler y Stalin recurrieron al asesinato para sembrar el terror entre sus oponentes.
Esos regímenes han desaparecido de la historia, pero no falta quien considera todavía que la violencia puede ser lícita y necesaria para silenciar a quien no comulga con las ideas propias. La cancelación del otro llega hasta el extremo de justificar la coacción, los ataques o el amedrentamiento de un adversario al que se le niega el derecho a existir.
Lo que estamos viendo estos días en nuestro país es una manifestación extrema de intolerancia con amenazas y violencia contra los militantes y las sedes del PSOE. Tristes escenas de fanatismo que sólo sirven para desacreditar la causa en cuyo nombre se movilizan.
Es cierto que la izquierda en España, y hay ejemplos muy recientes, ha utilizado los mismos métodos que ahora denigra. Recuerdo que Podemos llegó a justificar el lanzamiento de ladrillos contra Abascal en un mitin. O los escraches contra el PP en la época de Rajoy. Pero eso no obsta para condenar de forma tajante las actitudes de esas personas que creen que pueden conseguir por la intimidación lo que deberían defender por cauces políticos. Estamos siendo testigos de cómo la historia se repite como farsa. Esperemos que no acabe en tragedia.
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