tiempo recobrado
Amo y esclavo
Las formaciones y sus dirigentes aspiran no a convencer sino a mover los sentimientos
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Iniciar sesiónLa relectura del capítulo de la 'Fenomenología' de Hegel sobre la dialéctica del amo y el esclavo me ayuda a entender mejor lo que está pasando en la política española. Lo que dice el filósofo alemán en su obra más emblemática es que no existe ... el amo sin el reconocimiento del esclavo, sin cuya oposición no sería posible construir la relación de dominio. Dicho con otras palabras, la identidad es el resultado de una confrontación con el otro.
Hegel escribe estas palabras iluminadoras: «La conciencia no considera al otro como esencialmente real, sino que se ve a sí misma en el otro». Todas las fuerzas políticas, especialmente Vox y Podemos, han elevado esta filosofía a una forma de actuación. Esto es lo que subyace en las declaraciones de Ione Belarra cuando llama al presidente de Mercadona «capitalista despiadado», un estereotipo no tanto para descalificarle como para expresar una identidad amenazada.
El PP y el PSOE siguen la misma estrategia en un contexto electoral donde los eslóganes se imponen a los argumentos. Mientras cultiva una imagen de cercanía en videos propagandísticos como el que aparece jugando al ajedrez con una exiliada iraní, Sánchez insiste en dividir a la sociedad en buenos y malos y aprovecha cualquier ocasión para presentar al PP como un apéndice de Vox.
La estrategia del líder del PSOE es clara: tensar la cuerda para convertir las dos citas electorales de este año en un plebiscito. O votáis por una coalición dominada por la extrema derecha o me volvéis a elegir a mí, el mal menor.
Sánchez necesita a Vox, lo mismo que Vox necesita a Sánchez. Ambos se retroalimentan. El antagonismo de uno refuerza al otro. Vox es el gran aliado del presidente para volver a gobernar. Sin el esclavo que se revuelve contra el amo, el discurso del presidente no tendría credibilidad. Sólo la confrontación le puede permitir salvar sus contradicciones.
Hegel vio con lucidez que la conciencia no viene dada de forma estática por la naturaleza del sujeto, sino que se desarrolla en una permanente negación dialéctica del otro. Esto lo han asimilado los partidos, que no se sustentan en sus programas o en sus iniciativas, sino que se justifican en el rechazo del adversario, en esa maniquea demonización del oponente que les sirve de legitimación.
Las formaciones y sus dirigentes aspiran no a convencer sino a mover los sentimientos, a generar una dinámica de buenos y malos en lugar de defender convicciones. Estamos asistiendo a una infantilización de la política en la que el relato desplaza a los debates, los insultos a los argumentos y las identidades a la racionalidad. En suma, a una dialéctica del amo y el esclavo, del yo frente al otro, donde lo que se disputa es una supremacía basada en la pretendida superioridad moral que sirve para aniquilar al adversario.
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