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Ennio

Morricone fue uno de los grandes compositores del siglo XX, a la altura de Stravinsky, de Gershwin y de Richard Strauss

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Si no crees en Dios, su música te induce a pensar que estás equivocado. Es lo que pasa cuando escuchas las bandas de las películas compuestas por Ennio Morricone. Lo dijo Bertolucci: son prosa y poesía. Y algo más. Sostienen el hilo narrativo del ... filme. Resulta inimaginable ver 'Novecento', 'La misión', 'Érase una vez en América' o 'Cinema Paradiso' sin esos temas indisociables de las imágenes.

El cine es Morricone y Morricone es el cine porque inventó un lenguaje que no existía. Con él, la música dejo de ser un acompañamiento o una ilustración para pasar a ser un lenguaje, el impulso que late en cada una de las secuencias y que alcanza las entrañas del espectador.

Giuseppe Tornatore ha realizado un documental de dos horas y media, titulado 'Ennio, el maestro', en el que recorre el largo camino de este hombre, que falleció a los 91 años en 2020 en plena pandemia. Poco antes, había dado varios conciertos en Madrid. Cuando hizo su primera película en 1961, le dijo a su esposa que se retiraría en 1970. Pero murió trabajando, con una partitura incompleta sobre su mesa.

Es imposible expresar en una columna la gratitud por lo mucho que Ennio nos ha dado. Su música fue la banda musical de nuestras vidas. De la adolescencia a hoy, hemos vivido con sus oboes, sus cuerdas, sus voces y, sobre todo, sus trompetas, ese instrumento que practicó y con el que se ganó la vida al igual que su padre.

Imposible evitar la nostalgia al escuchar las canciones de Gino Paoli, Paul Anka, Gianni Morandi o Mina que él compuso o arregló, aportando un sello que se capta al oír las primeras notas. E imposible confundir sus creaciones para los 'western' de Sergio Leone como el pulso repetitivo del reloj en 'La muerte tenía un precio' o la risa del coyote en 'El bueno, el feo y el malo'. Dice Bruce Springsteen que corrió a comprar el disco de esta película, cuyo cementerio ha sobrevivido cerca de Silos. Allí sonó en mi cabeza la música de la última escena del duelo con un Eastwood que mira imperturbable a los dos pistoleros.

La paradoja es que Ennio vivió atormentado por las críticas de su maestro Petrassi y de los compositores italianos de su tiempo, que apuntaban que las bandas de las películas no eran música seria y que nada tenían que ver con el arte. Sólo cuando le dieron el Oscar honorífico en 2007 reconocieron su error.

Morricone fue uno de los grandes compositores del siglo XX, a la altura de Stravinsky, de Gershwin y de Richard Strauss. Tarantino aseguró que era el Mozart del siglo XX y tal vez no le faltaba razón. Dentro de dos siglos lo sabremos. De momento nos quedan las bandas de sus 500 películas y los sueños que evocaban en almas heridas y solitarias, anónimas en la oscuridad de una sala en la que la luz del proyector iluminaba la vida. Gracias Ennio, gracias, maestro.

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