tiempo recobrado
Corrupción a la española
Leire Díez y el PSOE habían formado una sociedad de socorros mutuos. Por eso, al igual que con Ábalos, Sánchez no puede eludir su responsabilidad
Cuando el infierno es el otro
En el territorio de los sueños
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Iniciar sesiónYo estaba en la tribuna del Congreso hace ahora siete años cuando triunfó la moción de censura de Sánchez. Recuerdo su intervención, centrada en dos ideas: la corrupción insoportable del Gobierno de Rajoy y la necesidad de una regeneración ética de la política. Ábalos tomó la palabra también ... , subrayando que la moción era una necesidad moral para limpiar las cloacas del Estado. El triste espectáculo del presente contrasta con aquellas promesas jamás llevadas a cabo. El nepotismo, el amiguismo, las puertas giratorias y el tráfico de influencias se convirtieron en señas de identidad de un Ejecutivo que había llegado para devolver la dignidad a la política y que se dedicó a colonizar el Estado y manipular las instituciones.
Como llevo casi 50 años en esta profesión, no me sorprende la corrupción. Es inherente al sistema y a la naturaleza humana, pero lo que no es aceptable es el desmantelamiento de los controles y la impunidad con la que han actuado parásitos cercanos a la cúpula del PSOE. Me refiero a los Aldama, Koldo, Leire Díez y otros personajes que evocan a la España de Rinconete y Cortadillo.
Medraron e hicieron negocios porque encontraron un entorno favorable, un ecosistema que amparaba sus conductas con el pretexto de que rendían servicios al partido o a La Moncloa. No fueron producto de la casualidad sino de la necesidad.
No estamos, sin embargo, en presencia de presuntos delincuentes de altos vuelos, de tramas sofisticadas o de una ingeniería financiera difícil de detectar. Lo que caracteriza a todos estos individuos es su forma cutre de actuar, su grosería, su obscenidad. Las grabaciones de Leire Díez y Alejandro Hamlyn, en presencia de un abogado, parecen más dignas de un tebeo de Mortadelo y Filemón que de una novela de James Ellroy.
Es imposible desligar a Leire Díaz del aparato del PSOE, lo que no obsta para sospechar que estaba vendiendo humo cuando se jactaba de su influencia en la fiscalía y de su capacidad de entorpecer la acción de la Justicia. No existen pruebas de que esta mujer actuara en este chantaje a las órdenes de Cerdán o de Sánchez, pero sí resulta evidente que se movía gracias a su militancia y la protección de la cúpula socialista. A Ferraz le venía bien que alguien hiciera el trabajo sucio. Su sorpresa resulta, por tanto, inverosímil. Lo que quiero decir es que Leire Díez y el PSOE habían formado una sociedad de socorros mutuos. Por eso, al igual que con Ábalos y Koldo, Sánchez no puede eludir sus responsabilidades. Sea por acción u omisión, estos episodios son indisociables de la forma de ejercer el poder del presidente del Gobierno. Le da la razón a Valle-Inclán cuando afirmaba que en España lo que se premia no es la virtud sino la falta de escrúpulos y el arribismo.
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