tiempo recobrado
Yo no celebré la muerte de Franco
Suárez demostró muy pronto su apuesta por desmantelar el franquismo
Annie Hall
Dios escribe recto con renglones torcidos
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Iniciar sesiónAquel 20 de noviembre de 1975 me enteré de la muerte de Franco a las tres y media de la tarde, cuando crucé la puerta de la biblioteca de la Universidad de Vincennes. Había una estudiante leyendo 'Le Monde'. Estaba de espaldas y mostraba ... un titular a toda plana: «Franco est mort».
Minutos después, se organizó espontáneamente una fiesta en el patio del recinto. Opté por no sumarme a ella y me fui a pasear por el bosque circundante, lleno de hojas caídas. La desaparición del dictador no me produjo ninguna satisfacción. Por el contrario, sentí compasión por su sufrimiento físico y su agonía.
Había otro poderoso motivo que me sumió en la tristeza. Franco había muerto en la cama como jefe de Estado y todo hacía presagiar la continuidad del régimen del yugo y las flechas, como así sucedió. La confirmación de Arias Navarro como presidente del Gobierno desalentó a quienes esperábamos un cambio. Ni siquiera el 5 de julio de 1976, cuando el Rey nombró a Suárez, había una expectativa clara de que España pudiera evolucionar hacia la democracia. Recuerdo la frase de Ricardo de la Cierva al conocer la noticia: «¡Que inmenso error!».
Suárez demostró muy pronto su apuesta por desmantelar el franquismo, reconocer la legitimidad de la oposición y abrir el camino a unas elecciones libres. Su Ley de Reforma Política, aprobada por las Cortes franquistas en noviembre de 1976, fue el comienzo de la Transición y el hito que marcó el camino hacia una democracia parlamentaria.
Por tanto, creo que no hay nada que celebrar este 20 de noviembre y menos si se trata de la muerte de una persona, aunque fuera un dictador y el vencedor de una trágica Guerra Civil. Lo que los españoles deberíamos conmemorar es el periodo que va desde la llegada al poder de Suárez hasta las primeras elecciones democráticas en junio de 1977. Fueron doce meses de profundas reformas que permitieron la vuelta de los exiliados y una reconciliación sin precedentes.
No niego que, si Franco no hubiera fallecido en aquel momento, la Transición no habría sido posible. Pero los cambios sólo llegaron cuando Suárez impulsó las reformas con un coraje y una altura moral que a algunos nos costó mucho tiempo reconocer.
Me parece más importante reivindicar hoy la denostada Transición que congratularnos del fallecimiento del general que se sumó al golpe contra la República. Y ello porque aquella etapa suscitó una ilusión, no exenta del temor a una involución, que nos hizo creer que España sería capaz de recuperar su retraso histórico y devenir en un país libre y próspero. No podíamos suponer entonces muchas de las cosas que hoy están pasando, pero fue un privilegio vivir ese periodo prodigioso con una clase política que sí estuvo a la altura de sus responsabilidades. No lo olvidemos el próximo día 20.
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