tribuna abierta
Historia «evenemencial»
Compruebo que el adjetivo evenemencial, predicado con muy alta frecuencia

He de reconocer que tuvo algo de provocador el inciso que, en una Tercera (el 22 de diciembre último), deslicé inmediatamente después de haber empleado la expresión «historia evenemencial», en referencia a la concebida fundamentalmente como narración de (grandes) acontecimientos –la que cabría ridiculizar coloquialmente con el remoquete «historia de batallitas», y más atenta a las bodas de la realeza que a la suerte de los súbditos–. «No me disculpo por el galicismo –escribí–, lo encuentro útil». Algún amigo lector me ha afeado el desplante.
Querría ahora examinar el asunto con algún detenimiento. ¿Cómo traducir la expresión francesa histoire événementielle, tan difundida entre los historiadores a raíz de su acuñación por la escuela de la revista Annales? Ciertamente, no es evenemencial un galicismo cualquiera. Es restallante. ¿Por qué, entonces, mi indulgencia? Por dos razones, una débil, otra más fuerte. La débil es que no soy el primero en usarlo: otros, y no hablantes (o escribientes…) cualesquiera, lo han hecho antes. Luego los censaré. La fuerte es que no encuentro ningún equivalente castizo para esa noción. Hay alternativas, sí, pero todas presentan alguna pega.
El adjetivo francés, événementiel (o évènementiel), deriva del sustantivo événement (o évènement), cuya mejor traducción española es acontecimiento. Ello ha motivado que, especialmente en escritos al otro lado del Atlántico, encontremos acontecimiental y acontecimental (claramente preferible el primero; no se ven motivos para eliminar la -i-), puestos en circulación probablemente por traductores del francés que no sabían qué hacer –et pour cause!– con événementiel.
Un gran historiador español, José María Jover, propuso historia eventual. Partió para ello del supuesto de que la palabra española más próxima a événement es evento, que presenta en el diccionario dos sentidos: 'acontecimiento, acaecimiento' y 'eventualidad, hecho imprevisto o que puede acaecer'. Ocurre, sigue exponiendo Jover, que el adjetivo eventual está conectado solo con el segundo de aquellos, toda vez que significa 'sujeto a cualquier evento o contingencia'. Ahora bien, ¿por qué no hacer que eventual remita también al primero de aquellos dos significados del nombre? No habría peligro de confusión, cree el historiador: las dos acepciones estarían lo suficientemente alejadas entre sí como para que el contexto se encargara de despejar un posible equívoco. El punto débil del razonamiento está sin embargo, creo, al comienzo: el cierto parecido etimológico entre événement y evento es engañoso, y el equivalente más exacto de la voz francesa resulta ser, como queda dicho, acontecimiento.
Algunos han optado por historia episódica como equivalente de histoire événementielle; es el caso de Eduardo Ripoll Barceló en la traducción del Dictionnaire des sciences historiques dirigido por André Burguière. Pero no es solución satisfactoria: el significado de episodio se aleja bastante del de événement, y más aún el de episódico. Tampoco es válido, esta vez porque se queda corto, el adjetivo factual (que nos llevaría a historia factual). No, un acontecimiento es algo más que un simple hecho (< factum).
¿Entonces? Voy aproximándome a la desembocadura de tantos meandros, que me conducen a la inevitabilidad de evenemencial, aun careciendo nuestra lengua, salvo entre sefardíes, de un sustantivo evenemento.
Llegado a este punto, me he preguntado dónde, cuándo y a quién leí yo el adjetivo de marras, cómo llegué a conocerlo. La respuesta es que de seguro fue en un historiador al que cuento entre mis maestros, don José Antonio Maravall (de patente impregnación francesa, por cierto, en su trayectoria). «Lo que hoy pedimos a la Historia –escribía en un trabajo de 1982– no es un ameno relato anecdótico, no una mera narración evenemencial, sino la construcción, ya no diré de totalidades, pero sí de conjuntos articulados». En otro del mismo año pedía «ir más allá de noticias anecdóticas o evenemenciales». Y, en fin, los sintagmas «historia evenemencial», «relato evenemencial» aparecen más de una vez en la muy interesante «Conversación con José Antonio Maravall» que mantuvo con él Carmen Iglesias y publicó en 1983 Cuadernos Hispanoamericanos. Eran años en que yo estaba empapado de lecturas maravallianas.
Hoy, tantos después, compruebo que el adjetivo evenemencial, predicado con muy alta frecuencia, justamente, de historia –bien que no solo de ella–, lo han empleado autores como Elías Serra Ràfols (el más madrugador, en 1962), Rafael Segovia (en 1964), Miguel Artola, Manuel Pérez Ledesma, Federico Corriente, José Ángel García de Cortázar, Jon Juaristi, Antonio Linage, Juan José Carreras Ares, Carlos de Ayala, Alberto Montaner, Juan Francisco Fuentes y otros. No es mala compañía. Los hay que añaden tras el término, entre paréntesis, la voz francesa; o –como hago yo en el título de estas líneas– lo encierran entre unas distanciadoras comillas: en ademán del que, cogiéndolo como con pinzas, reconoce la crudeza del préstamo léxico de la lengua vecina.
Y sobre todo descubro, no sin emoción, que quien fue extraordinario profesor mío de Historia en el Primer Curso de Estudios Comunes de la Universidad de Madrid, don Julio Valdeón, se contó –joven profesor de 30 años– entre los primeros que emplearon «historia evenemencial» en español: en el libro de 1966 sobre Enrique II de Castilla resultante de su tesis de doctorado. No puedo recordar, lástima, si acaso también pronunció y explicó en clase esas dos palabras.
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