La tercera
Dialécticas europeas
Superar los límites del Estado-nación es la única construcción política conocida que ha contribuido a la paz y el bienestar en nuestro continente
¿Qué es la inteligencia auxiliar?
Más Europa es menos Europa
La construcción de un relato ideológico y transnacional para las elecciones al Parlamento Europeo es un ejercicio que renuncia con frecuencia a describir la realidad de la Unión Europea. El efecto de este relato sobre lo que los ciudadanos piensan de la integración, sea desde ... un enfoque populista o del europeísmo ortodoxo, no es inofensivo pues fomenta la confusión en torno al proceso político y jurídico que nació con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.
Del pragmatismo de Monnet a las visiones jupiterinas de Macron, el discurso europeo ha recorrido un largo trecho en las formas. Los contenidos, sin embargo, se parecen mucho más entre sí que la nueva retórica. Tanto Monnet como Macron quieren superar los límites del Estado nacional mediante una integración selectiva de la soberanía. Ambos –como todos los que han entendido la naturaleza del proceso– han utilizado lo que Janan Ganesh llamaría incoherencia racional, que no es otra cosa que abordar la integración caso a caso, según sus posibilidades y sus méritos.
Para Monnet y para Macron de lo que se trata es de identificar la necesidad –según su perspectiva nacional y europea– y la posibilidad, pues estamos ante un proceso que depende de los acuerdos entre los Estados miembros.
La confusión a la que me refería se refuerza en las elecciones europeas, que parten de la ficción de un 'demos' dominante, reflejado en el Parlamento Europeo, y uno residual representado por los parlamentos nacionales y los gobiernos.
Pero esto no es así, al menos por el momento. Y lo que es más importante: negar la realidad dual de la legitimidad europea hace un mal servicio a la propia integración, que debe partir de la complementariedad de legitimidades si quiere continuar avanzando.
Porque sin dejar de intentar construir un relato colectivo europeo, indispensable para entender la integración como proyecto político supranacional, los líderes no deben en modo alguno olvidar que el motor de la integración es su utilidad para los ciudadanos de los países que representan. Dicho de otra forma: uno de los valores de la Unión Europea es que defiende los intereses de los Estados que la componen. Integrar los intereses nacionales en el catálogo de los valores europeos no es jurídicamente necesario, pero es políticamente indispensable.
Cuando en discursos y debates los políticos europeos hablan de una Europa abstracta y única, olvidan esta parte esencial del proyecto ciudadano que quieren representar. Y en muchos casos confunden al electorado, porque en realidad actúan más ligados a sus circunscripciones que lo que están dispuestos a admitir.
Así, cuando se trata a nivel europeo el 'mix' energético, la política agrícola o la de competencia, los representantes políticos en las instituciones atienden también a sus intereses nacionales, que es una buena forma de encontrar un compromiso aceptable. En el Parlamento Europeo, como es sabido, el voto suele ir más por esta vía que por la del enfrentamiento ideológico.
Pero entonces, si en sus actos respetan esa doble vinculación, nacional y europea, ¿de qué hay que preocuparse?, preguntará el paciente lector.
Hay que preocuparse, y mucho, del alejamiento de una parte importante del electorado que no recibe ese mensaje de continuidad de propósito del proyecto europeo con respecto a las políticas nacionales. Un proyecto que tiene una base sólida, pues superar los límites del Estado-nación es la única construcción política conocida que ha contribuido a la paz y el bienestar en nuestro continente desde la creación del propio Estado. Y, dicho sea de paso, es el mecanismo para mantener la eficacia del Estado moderno en Europa. Esta utilidad esencial, fundamento de gran parte de nuestras políticas públicas, que permite al Estado cumplir sus funciones, es una fuente de legitimidad cotidiana de la integración.
También hay que preocuparse porque esa vinculación con el interés nacional es esencial a la hora de definir las políticas europeas de gobiernos y partidos, que deben aprender a incorporar ambas dimensiones como parte esencial de sus obligaciones ejecutivas o programáticas. No es un ejercicio sencillo. Requiere conocimiento, que no hay que dar por supuesto. Con frecuencia, partidos y gobiernos nacionales no saben identificar su propio interés en el marco de una negociación europea porque no han hecho el trabajo previo necesario. La culpa no es entonces de Europa sino del Estado miembro, que por dejación de sus líderes o debilidad administrativa, no sabe jugar en la 'liga europea'.
El último riesgo de esta lírica que suprime al Estado de la ecuación europea es que se utilice para convertir el interés nacional de los más fuertes y capaces en paradigma europeo. Algo que el tamaño de unos y la inteligencia política de otros es capaz de construir de manera consistente en el tiempo y en los contenidos. Comprar el marco de intereses de los socios, olvidando el propio es algo que comienza en los discursos y acaba en la mesa de negociación. Mi clima o los desafíos en mi vecindad, por citar condiciones objetivas de trascendencia regulatoria y política, son tan europeos como los de los demás. Y reclamar que sean tenidos en cuenta no es un ejercicio de nacionalismo.
Es verdad que la escucha y la construcción de compromisos tienen sus reglas. La Comisión Europea, guardiana de los Tratados, es clave para que el sistema funcione. Pero el principio de lealtad institucional incluye especialmente al Consejo y al Parlamento Europeo. Los que sean elegidos mañana deberán tenerlo en cuenta.
Con todo esto en mente, y sin ánimo de corregir a los estrategas de los partidos, sugeriría templanza en las líneas rojas que unos y otros quieren dibujar en el debate político. Si las diferencias legítimas entre ideologías se transforman en muros puede que pasen dos cosas. Que no consigamos llegar a acuerdos o que se alcancen. En la primera, llega la parálisis por incapacidad de decidir. En la segunda, la desconfianza por hacer lo contrario de lo que se había prometido.
Y si miramos con algo de distancia a nuestro pequeño continente, como cuando viajamos a otros países no europeos, vemos no solo un presente compartido sino un destino común. Por eso, y sobre todo, en esta complicada legislatura que comienza habrá que evitar convertir las diferencias en divisiones.